La incomprobabilidad de la verdad. Ficciones e infancia desde el psicoanálisis

Alicia Olmos y Julia Lobo

Ilustración: Antonio Berni

Desde que nacemos

el desconocimiento de nuestro pasado, hace de nosotros

eternos revisitantes de la escena del crimen, que no ha tenido lugar,

buscando recomponer una historia que se sostenga,

y que al menos podríamos compartir.

Anne Dufourmantelle


De les niñxs se dicen muchas cosas, es muy fácil hablar de lo que (ya) no se es. ¿Quién puede recordar cómo sentía de niñx? ¿Cómo decía de niñx?

Escuchamos a una sobrina interrogar y acto seguido reflexionar: “¿Por qué los caracoles duermen de día y viven de noche? ¡Será que tienen la cabeza al revés!”. No es sencillo para nosotres, les adultxs, preguntar(nos) por el revés de las cosas, de las palabras. Esa interrogación casi que se ha sustituido, se ha velado. Y lo que sabemos, ya lo sabemos, y eso nos basta. Esto nos conduce a veces a descalificar al niñx y decimos “son chicos, no saben”, “son chicos, no entienden”. Pero, otras veces solemos decir que “hay que aprender más de les niñxs”. Aprender a escuchar la enunciación del niñx, que no descalifica y puede nombrar la diferencia. La sobrina se fascina por la vida en la noche, aquello que para ella no es posible. Enuncia la novedad de una carencia como inscribiendo(se) una falta. ¿Será que esta posición nos descoloca con frecuencia?

Ya Piaget estudió ardua y sistemáticamente a les niñxs para teorizar el proceso de conocimiento, y es claro, no empezamos a conocer de un momento para otro, o más bien, no podemos decir que haya un momento fundacional. Es un proceso gradual en el cual se construye un saber objetivo. Por lo tanto, les niñes (algo) saben. Pero, ¿hay un “otro” saber en la infancia? ¿Y qué legitimidad tiene como soporte/construcción de la estructuración psíquica? Porque una cosa es el saber como verdad objetivante y otra cosa es el saber como verdad subjetivante; ésta segunda es la que nos interesa desplegar, para vislumbrar que la verdad, al decir de Lacan, tiene estructura de ficción.

La subjetivación de la verdad ficcional no es algo que se sabe, que se conoce, sino que es propiamente enigmática y se nos revela por sus efectos: ¿acaso podemos responder por qué nos enamoramos de alguien? ¿por qué hacemos las cosas que nos gustan? ¿las cosas que no nos gustan? Y más aún, la presencia de un imán escondido en ningún lugar nos empuja hacia la repetición. Un saber no sabido, un saber construido, que nombra una verdad singular desconocida y que, para su desciframiento, es necesaria la presencia de un otrx. En el despliegue de este encuentro, los reversos de la verdad subjetivante, se presentan en su versión luminosa ligada a lo que puede ser nombrado, desplazado, metonimizado; en su versión oscura se pliega al desconocimiento del cuerpo, a lo real, lo imposible, la nada. Ambas verdades son constituyentes en la estructuración psíquica.

Preguntarnos qué sabe un niñx es como querer responder qué sabor tiene el saber, o sea, incomprobable. Pero ¿queremos “(com)probar” el saber? No, más bien nos interesa probar los usos habilitantes de ese saber en la inauguración de otros espacios posibles, para desplazar al infans, es decir, al que no habla, al niño inhabilitado en su decir; invitándolo a tomar la palabra en el advenimiento de su verdad subjetivante. Las palabras suceden en el instante, se hacen átomos en el aire, se materializan en ficciones, juegos, sueños, abriendo portales a la infancia, yendo de la tierra al cielo.

Abrir la puerta para ir a jugar

Nya es una niña curiosa y no hay día que llegue al consultorio sin una pregunta bajo la manga. Sabe que me interpela. Ella lo sabe. Muchas veces las respuestas que construimos con Nya le conducen a un encuentro que implica un descubrimiento de ella misma. Revelación/rebelación de un saber que canaliza a través de una actividad lúdica que ella inventa y que llama La Caja de los Secretos. De todos los juguetes, osos de peluches, autitos, juegos de mesa, de ingenio y demás objetos que hay en el cajón de juegos, ella elige el que no se muestra como tal. Una caja de descarte, la más insignificante, pequeña y sutil. Ese objeto no tenía ese propósito, quedó ahí por accidente, sin embargo Nya, que es una artífice, supo poner un destino en ese vacío.

Todas las semanas guarda en La Caja de los Secretos una verdad, la refugia. Con una pelota de telgopor bañada en glitter dorado, le pone brillo a esas palabras, y como el arroz con leche, las deja salir a jugar. Una verdad, que solo ella puede comprender, depositada en la caja, la aguarda, la conserva, la cuida. La niña, con delicada rapidez, suelta, sopla las palabras, se ríe haciéndome cómplice, apoya la caja en su oreja y escucha su d(t)rama, se asombra. Se reconoce.

Sabe que la próxima semana también podrá guardar otro secreto, que (res)guardará otra verdad (¿o será la misma?). Y así, en los siguientes días, esos secretos puestos armoniosamente uno arriba del otro, amalgamados y trabajados con las más luminosas palabras/ladrillos, construirán un castillo, una invención singular, armando una subjetividad vehiculizada por la salida hacia la creación. La pregunta no es por el “qué dejará dicho en esa caja de secretos” sino por la habilitación de esos espacios posibles en los que pueda ir nombrándose el sentido que hay en esa verdad, con toda la matriz de su significación. De allí la importancia del juego como aquello que le permite al sujeto reinventarse a sí mismo. Ese es el valor psíquico de lo lúdico.

La Infancia es un modo de narrar, de relatar. Una forma de tejer, de hilar las experiencias y bordarles un senti(r)miento. Durante la infancia se guarda un saber que con el tiempo se domestica, se olvida, se vela. Pero continúa como ficción, para ser re-escrita.

Anoche soñé contigo

“Anoche soñé que tenía su camiseta, sus botines y metía goles. Soñé con Messi, que me adoptaba”.

Para Freud los sueños son una vía regia al inconsciente. A partir de esta afirmación podemos deslizar preguntas: ¿los sueños son realización de deseos?, ¿qué nos transmiten, qué verdad nos hacen saber?, ¿mientras dormimos, elaboramos aquello que en la vigilia desconocemos?

En la infancia, ¿los sueños se hacen realidad o hacemos realidad los sueños?

Quien sueña es Leo (niño) hijo de Lio (Messi). Un lío que encuentra una vía para entrar a la cancha y patear al arco. Un modo de gambetear la vida. El niño se inventa un padre, quien lo aloja con sus botines enseñándole a jugar, a hacer goles. Esta ficción es cimiento y viga que estructura y subjetiva la realidad del niño. Leo juega en el equipo de Messi, usa su camiseta y acierta penales.

El niño soñador dibuja su sueño: él reposa en la cama y arriba de su cabeza abre un globo de diálogo en donde se dibuja jugando al fútbol. Abre otro tiempo que habita contando con las insignias de un padre que desde la ficción sostiene un deseo. Leo, con una sonrisa, colorea en la hoja y me muestra ese espacio que se inventó para iluminar sus noches y jugar durante el día en el patio de la escuela, en la cocina de su abuela, en su habitación. Leo cuenta con un equipo, una camiseta y con botines que lo habilitan a apropiarse de su tiempo para correr entre el día y la noche jugando a la pelota.

Es posible ubicar y transitar una línea filiatoria al deseo ingresando en un juego con otros. El sueño del pibe se hace realidad habilitándole un lugar para desplegar sus fantasías, un lugar que podemos llamar infancia.

La sombra llega y no espera

“Los niños nunca mienten” es otra frase que hace eco. Ciertamente les niñxs mienten, ¿quién alguna vez no ha pasado por eso? Sin embargo, en ese decir mentiroso podemos reconocer, también, una verdad subjetivante. La verdad es como una moneda, tiene precio y tiene dos caras. Esta otra cara de la verdad es una eterna re-visitante que nos condena a una libertad perpetua, nos atrapa, nos estructura.

En un análisis se puede hacer una lectura acerca de esa oscura verdad. Desde el espacio clínico es posible construir el síntoma del niñx e interpretarlo teniendo presente las coordenadas vinculares. Por ello se sostiene desde el psicoanálisis que “el síntoma del niño se encuentra en posición de responder a lo que hay de sintomático en la estructura familiar”. Desde esta perspectiva el síntoma viene a representar una verdad sobre la fantasmática familiar: un modo de estar enlazado, un modo de quedar atrapado. Cuando lo familiar se vuelve extraño, lo que estaba oculto aparece, se nos revela la noche. Desconocemos nuestra cama, se hace grande y profunda; alguien nos observa desde los adentros del ropero; los sonidos se deforman, los ruidos se ven oscuros. No hay sueño, hay pesadilla. No hay juego, hay inhibición. Las palabras se cortan, “nadie me enseñó cómo sentir” canta Charly.

¿Cómo se transmite esa verdad fantasmática? ¿De dónde provienen estos fantasmas? Lo enigmático del deseo de los padres se transmite de generación en generación al modo del teléfono descompuesto. Se descompone, una grieta aparece, una hiancia se asoma. Una huella queda. Como un registro dactilar, inscripto en el cuerpo. Anudadxs a una historia, un desafío, donde se enlaza pasado, presente y futuro. En la apropiación e interpretación de esta historia hay una novedad, un acontecimiento inscribiendo algo aún no escrito, no nombrado. Con ello se asume el riesgo del advenimiento de ese niñx como sujeto. Sujeto de una ficción que es suya. Componiendo una sinfonía propia que es a la vez polifónica, pero singular.

La verdad subjetivante de la infancia (oscura y luminosa), que construimos y nos constituye, nos habilita y condena a la vez. Permite apropiarnos de nuestra ficción al precio de repetir lo inscripto por una transmisión que hace eco y no deja de reescribirse, aunque, en cada regreso, de forma diferente.

***

Armá tu ficción trazando líneas: ¿qué forma-verdad le pondrías a esta nube de palabras?


plaza juego amigxs carnaval ...…….. bicicleta


………. níspero pelota ……….. bombuchas meriendas


miedo caña de azúcar techos laboratorio vereda chapulín


mate cocido camioneta árbol ……..….. naranjas escondida


animales barro calle ……... ladrón y policía ……….


..…….. bailar pesadillas chicle hojas campamento


Alicia Olmos y Julia Lobo

Alicia Anahí Olmos (izquierda) nació en 1987. En su infancia rellenaba baldosas rotas de la vereda con trozos de barro que amoldaba con su hermana. Ahora se dedica a la práctica del Psicoanálisis en consultorio, en Gabinete con niñes, y en la docencia. Baila tango en cualquier lugar y a cualquier hora, con un otrx dispuestx. Esas dos ficciones, son las que quiere seguir narrando.

Facebook: Alicia Olmos

Instagram: @suspirodepenca


Julia Lobo (derecha) nació en San Miguel de Tucumán en 1983. Egresó como Psicóloga en la UNT, practica el psicoanálisis, enseña en la Facultad de Psicología. Transita el tiempo bailan-do, leyendo, escribiendo algunas veces; acompañada por amigxs, plantas y gatxs.

Facebook: Julia Lobo

Instagram: @juli_lob_a