Los animales corren hacia el misterio

Sofía de la Vega

Ilustración: Pablo Espinoza
Elbalaso l Número 3 l Ensayo literario

En 1971, Marguerite Yourcenar es testigo de la muerte de su perra Valentina. La escritora y su mascota eran muy compañeras: Marguerite solía caminar hacia la playa para recoger flores y llevaba a Valentina de paseo. Antes de llegar a la costa, pasaban por un jardín enorme lleno de plantas y flores de uno de sus vecinos. La perrita siempre se adelantaba a este recorrido porque deseaba tener un tiempo extra para revolcarse en el césped esponjoso. En una de esas ocasiones, Marguerite llega al sector del jardín donde Valentina solía jugar y no la encuentra, supone que está escondida debajo de un arbusto así que grita su nombre que tanto le gusta. De pronto, escucha el sonido de un auto frenando de golpe. Cuando se acerca a la calle observa a su perra con el cuello roto y muerta tendida frente al auto. Marguerite se da cuenta de que Valentina en lugar de ir hacia donde ella estaba, había corrido para el otro lado, hacia el asfalto que habían abandonado hace unos minutos. La lógica indicaba todo lo contrario, la perra ya dentro del jardín debería haber escuchado la voz de su dueña allí. De una extraña forma, Valentina había decidido algo impredecible y así sucedió su pequeña e inmensa muerte como escribe Marguerite en su diario.

Después de leer este episodio en la vida de Yourcenar me pregunté por el misterio de esa decisión y qué había llevado a la perra a correr hacia su muerte. Pensé en los momentos en que mis perras también corrieron hacia la calle ciegamente o cuando íbamos al río y buscaban perderse en el monte como si fueran caniches salvajes. Los animales tienen la capacidad de llegar a lo desconocido, de tomar decisiones que juzgamos tontas o a veces demasiado inteligentes, son capaces de ver cosas que para nosotros son invisibles, de ser sumamente dóciles o destructivos. Los animales corren hacia el misterio. Eso pienso. Eso es lo que nos obsesiona. Porque a pesar de que creemos que con nuestros perros vivimos en una eterna complicidad, hay un momento en que ellos rompen esa unión, no de una manera consciente sino como si lo más profundo de la tierra los llamara o reclamara. Eso es lo que los hace hermosos y fuera de nuestro alcance. Ese también es el llamado que escuchó Valentina.

Hay un poema de San Juan de la Cruz que es mi mantra hace unos años. Una de sus estrofas dice: “Estaba tan embebido,/tan absorto y ajenado/que se quedó mi sentido/ de todo sentir privado,/y el espíritu dotado/de un entender no entendiendo,/toda ciencia trascendiendo”. Esta especie de balbuceo sin sentido que es la fe, la experiencia mística de reconocerse unido a un dios sin explicación, totalmente entregado hacia un objeto misterioso, encierra el mismo destello instintivo y ciego que hace que los animales se entreguen a nosotros. Sin saberlo en 2018 yo repetía este poema constantemente después de haber perdido a mi perra ese año. Nunca entendí por qué decidió dejar de comer, sin embargo, nunca presencié semejante dignidad en la cercanía de la muerte en un ser vivo. Sus últimos días fueron una lucha pero no por sobrevivir, sino por morir. La decisión ya la había tomado ella y tenía que acompañarla aunque me resistía. La muerte es nuestro gran misterio, por eso los seres humanos o, al menos, la mayoría de nosotros buscamos atrasarlo a como dé lugar, los animales, por otro lado, al vivir en el misterio se deslizan hacia él como focas en un lago congelado.

En otra ocasión tuve la oportunidad de contar la anécdota sobre los Yukaghir, no quería repetirla pero también aplica a la perfección para lo que trato de mostrarles ahora. Rane Willerslev, un antropólogo danés especialista en animismo, pasó unos años junto a los Yukaghir, una tribu siberiana que sobrevive gracias a los alces. Para cazar a los imponentes animales, los Yukaghir se visten con sus pieles y se comportan como ellos. Los Yukaghir deben ser al mismo tiempo animal y hombre; si olvidan lo primero corren el riesgo de pasar un invierno con mucha hambre, mientras que si pasa lo segundo, el hombre puede adentrarse demasiado profundo en lo salvaje, perder su humanidad y finalmente quedarse en el bosque con los alces. Rane documenta casos de Yukaghir que no volvieron, que perdieron todo contacto con la civilización. A la inversa de Tarzán, para estos hombres fue más fuerte el misterio que la razón. ¿Los alces son en realidad los cazadores de conciencia de estos hombres? Estas luchas mentales permiten ver la tensión entre animales y humanos como pares, también es la lucha entre lo espiritual y racional, entre lo sagrado y lo profano, entre el misterio y lo conocido. Los hombres pueden correr hacia el misterio -cuando se lo permiten-.

Escribir también es correr hacia el misterio. Escribir involucra toparse con el vacío, con permanecer en un estado de deslumbramiento, con construir un lugar seguro para que el misterio pueda alojarse. Lo animal, la fe, el arte encierran de un mismo modo una parte de descontrol, un momento en que nosotros mismos nos diluimos y logramos escapar de lo predecible. A ese estado, al contrario de lo que se piensa, es muy difícil llegar porque cuanto más cerca de lo animal estamos menos alienados somos. Innumerables escritores conservaban una relación especial con los animales: Virginia Woolf, J R Ackerley, Julio Cortázar, Mario Levrero, Isak Dinesen, Diana Bellessi, Eyleen Miles, Marosa Di Giorgio, Vladimir Nabokov, entre otros. Construir un lugar seguro para un animal o para un poema son acciones que eliminan nuestro yo y nos dejan como suspendidos, creando otros mundos. Con los animales fabricamos nuevos idiomas para comunicarnos, interpretamos sus gestos aunque ellos tienen la inteligencia de entender nuestro lenguaje. Cuando escribimos pasa algo similar, no creo que nosotros tengamos las riendas en ese momento sino más bien que el cuento o lo que sea que estemos escribiendo nos recibe en sus códigos.

Virginia Woolf es una de las escritoras que más entendía esto. En Flush traza la biografía del cocker spaniel de Elizabeth Barret Browning. Virginia venía de una familia de biógrafos y en Inglaterra es un género tradicional y muy importante de escritura. Sin utilizar un ápice de ironía, Woolf usa este género para un perro que conoció. Para eso se adapta a la visión de Flush -el nombre del cocker-, todo lo que podía llegar a pensar y sentir, pero también a sus temporalidades y contratiempos que los seres humanos no llegamos a experimentar. El libro además es el testimonio de una amistad de años entre la señorita Elizabeth y Flush, esa relación no siempre es igual y pasa por distintas circunstancias: emoción, celos, tristeza, alegría, etc.

Sin embargo, hay un momento en particular que los une para siempre y es cuando Flush es robado. Era común en la Inglaterra de principios del siglo XX robar y secuestrar perros de los barrios más ricos de Londres. Virginia cuenta inclusive que en la vida real Flush fue robado tres veces. Los costos del rescate eran altos y Flush tenía posibilidades de ser asesinado. La señorita Elizabeth decide pagar el rescate a cualquier costo aunque toda su familia quería impedírselo, decían que era mucho dinero y que estaba permitiendo que esos delincuentes sigan sus operaciones. Este suceso hace que la señorita Elizabeth tome por primera vez las riendas de su vida y vaya a barrios desconocidos para ella en Londres. Finalmente, a pesar de todo esto, paga la recompensa y luego decide viajar a Italia con Flush así se podía alejar de su padre y sus mandatos. La liberación del perro significó también la liberación de la mujer. Flush ayudó a la señorita Elizabeth a adentrarse al misterio, a tomar decisiones impredecibles. Tanto la señorita Elizabeth como Flush son felices al irse de Londres y todas sus reglas. En Italia, Elizabeth se casa con el señor Browning y tienen un hijo, Flush también vive su primavera de amor. Su relación con los años madura, quizás pierde los brillos de la juventud pero nunca dejan de acompañarse. Cuando Flush muere, en el relato de Virginia Woolf, Elizabeth recita uno de los poemas que le escribió asegurando que “criaturas insignificantes, nos permiten conocer cumbres de amor“.

En el otro poema que escribió Elizabeth Barret Browning a Flush, dice lo siguiente: “Roses, gathered for a vase,/In that chamber died apace,/Beam and breeze resigning /This dog only, waited on,/Knowing that when light is gone,/Love remains for shining”. Este poema no está traducido por eso lo copio en ingles pero una traducción amateur en la última oración diría algo así como “Este perro solamente esperaba,/ sabiendo que cuando la luz se fuera,/ el amor continuaría brillando”. Flush corre hacia esa luz apagada, corre hacia el misterio porque sus intercambios tan simples le permiten no teñir sus acciones de trabas. Cuando releo este texto me doy cuenta que en varias ocasiones utilizó la palabra “decisión” lo cual me parece poco conveniente ya que los animales como es vox populi no deciden sino que accionan. Esa capacidad de ir hacia el objeto o hacia la meta es lo que los hace vivir y morir en el misterio. Puro impulso, sin mediación de consciencia, eso debería ser escribir.

Hace un tiempo me pregunto cómo puedo estar más cerca de los animales y cómo puedo hacer que mi escritura se tiña de su presencia. Antes apostaba por plasmar escenas de mi vida junto a ellos, escribir un testimonio de una vida atravesada por otros seres vivos. De a poco, eso se fue diluyendo y lo sentí una mera mimesis, un cuadro realista que en esta época contemporánea se torna inútil. Ahí es cuando pensé que si algo quiero conservar es el misterio y la capacidad de no decidir sino arrojarme como una araña por su red con el riesgo ser destruida por algo tan liviano como una mano, como con la certeza de ser sostenida por algo tan fino como la determinación. Los animales corren hacia el misterio y todavía nosotros queremos ganarles la carrera.

Sofía de la Vega

Nació en San Miguel de Tucumán en 1993. Es Profesora de Letras y becaria doctoral del CONICET. Organiza el Festival Internacional de Literatura Tucumán (FILT) desde 2015. Participó de la primera residencia para poetas jóvenes en el Festival Internacional de Poesía de Rosario (FIPR) en el 2017. Publicó dos libros de poesía, Blancas y plateadas (Ediciones Neutrinos) en 2018 y en España La idea es vivir cerca pero no encima (Ediciones Liliputienses) en 2019. Actualmente vive en la ciudad de Buenos Aires.

Ig: @sodlvega

Fb: Sofía de la Vega