El campamento para "niños débiles" organizado por la UNT (Raco, 1948)

Constanza Atar

Ilustración: Antonio Berni
Número 5 l Historia l ¿Por qué es importante historizar las políticas públicas que atendieron a la(s) infancia(s) en nuestra provincia?

Como parte de mi investigación de tesis de licenciatura –centrada en el trabajo específico del Departamento de Educación Física de la UNT entre 1947 y 1953– llegué a un evento particular que acabó por sacar a la luz una trama social que la historiografía en Tucumán aún no ha transitado: el estudio de la infancia. Sabiendo la dificultad que supone para nuestro trabajo no contar con recorridos previos en los cuales apoyarnos, pero con una gran sorpresa por ese hallazgo documental, me pregunté ¿por qué es importante historizar las políticas públicas que atendieron a la(s) infancia(s) en nuestra provincia? Y además, ¿cómo ello nos interpela en el contexto actual? Spoiler alert! Probablemente no pueda (ni deba) responder esto aquí, pero dejaré una perspectiva histó-rica para repensar estas problemáticas que, en la actualidad, de tan elementales, pasan desapercibidas. Comencemos.

A fines de 1947 la UNT convocó a un campamento para niños de las escuelas públicas de la provincia que se realizaría en Raco durante los meses de enero y febrero de 1948. Esta fue una iniciativa del recientemente creado Departamento de Educación Física (DEF), un campo de deportes abierto a la comunidad que ofreció clases gratuitas de las más diversas disciplinas para niños y jóvenes de entre 8 y 25 años. Desde este lugar, pretendió involucrarse y poner en el mapa de las políticas universitarias la educación de los cuerpos de los niños y jóvenes tucumanos como una de las aristas de mayor importancia para lograr una formación “integral” (es decir, no solamente intelectual).

Para justificar esta iniciativa los docentes que lo organizaron se apoyaron en un discurso médico que ya formaba parte de los sentidos comunes de la pedagogía de la educación de los cuerpos. Estos saberes anatómicos y fisiológicos fueron asociados a los preceptos morales para caracterizar y clasificar a las personas y delinear un orden corporal ideal, en sus movimientos, posibilidades, restricciones e impedimentos. Claro que, en la práctica, las corporalidades excedían estos mandatos y muy a menudo encontraban diversas formas para resistir, burlar o cuestionar las estrategias que el Estado fue desplegando (desde sus inicios, pero con mayor presencia luego de 1880) en su búsqueda de regenerar los cuerpos y las poblaciones. Pero, ¿regenerarlos de qué? Según ciertos médicos, políticos, periodistas y pedagogos, durante la primera mitad del siglo XIX, algunos grupos sociales, atravesados por las carencias materiales y, por ello, por debilidades físicas y morales, constituían un peligro para ese orden “ideal” que se pretendía. Es en este punto que la infancia cobró una importancia especial ya que era considerada el futuro del país. Así lo dejó en claro el diario Trópico (periódico de la UNT entre 1947 y 1950) al decir que “la salvación de Argentina era salvar al niño (…) El niño de hoy, ciudadano de mañana, soldado para la guerra y gestor del trabajo fecundo en la paz, debe constituir, sin duda alguna, en esta hora de profundas renovaciones sociales una meta luminosa a la que debemos apresurarnos a concurrir”[1]. Por supuesto, ningún gobernante querría hipotecar el porvenir de la Nación, ¿verdad?

Los especialistas de la época llamaron a estos niños “débiles”, es decir, propensos a enfermarse y vulnerables a las malas influencias de sus ambientes familiares y de la calle, a la cual peligrosamente se veían compelidos a recurrir. Curiosamente, este panorama se presentaba mucho más desolador en las provincias del norte, donde las estadísticas mostraban los índices más preocupantes de mortalidad infantil y precariedad en la infraestructura hospitalaria. Entonces, para intentar poner estas infancias en el cauce ideal, el Estado argentino promovió diversas estrategias entre las cuales las colonias de vacaciones estaban entre las preferidas, ya que permitían desplegar políticas de control sanitario, alimentarias, controles médicos, ejercicios físicos y una agradable exposición al aire libre y la naturaleza, teniendo en cuenta los malsanos ambientes de los que provenían los niños participantes.

Con la llegada del peronismo en 1946, el Estado puso en marcha una serie de políticas sociales con el objetivo de garantizar un mayor acceso a la ciudadanía a sectores que habían estado históricamente postergados. Para ello puso en juego un enorme caudal de recursos económicos y humanos en un esfuerzo de reforma social que retomó algunos principios precedentes (aquellos provenientes de la medicina, el higienismo, la eugenesia preventiva[2] y la educación física como un medio de disciplinamiento y moralización) y los resignificó bajo el discurso de la democratización de los espacios tradicionalmente reservados a la élite en tanto derechos sociales que el Estado debía garantizar. La cultura física fue, en este sentido, un campo más que se vio transformado tanto en cuanto a la práctica de la educación física en las escuelas como al apoyo a los clubes de barrio, el deporte amateur y de alto rendimiento.

En Tucumán, este movimiento se reflejó en diversas iniciativas, como la apertura de la pileta de natación en el parque Avellaneda o el subsidio a algunos clubes de la capital y del interior de la provincia, la promoción de competencias y la creación en 1947 del mencionado Departamento de Educación Física de la UNT. Sin entrar en las controversias que suscita el análisis de las circunstancias universitarias entre 1943 y 1955, el DEF fue uno de los espacios más renovadores y de fácil acceso que el gobierno peronista legó en su gestión (ya que en 1955 se convertiría en la EUDEF y en 2003 en FACDEF). Su ideal de educación física racional, profesional, metódica y humanista marcó un antes y un después en la presencia de esta disciplina en nuestra provincia. El DEF propuso actividades variadas y encaradas desde una perspectiva de formación integral (física, moral, cultural) en el marco del discurso peronista de la democratización del acceso a la cultura física como un derecho social y del esfuerzo de la UNT por acercarse a las necesidades de la comunidad.

Es en este contexto que debemos leer la convocatoria al campamento para “niños débiles” de 1948, estrategia que fue vista por sus organizadores como el mejor método para alejar a los niños de –según decían– las durezas del hogar propio, los apremios económicos, la mala alimentación y la “promiscuidad” en la que vivían y acercarlos a los beneficios de la “climoterapia” que, por sus propios medios, jamás podrían disfrutar. De hecho, el lugar elegido estaba situado cercano a un arroyo y contaba con una explanada central donde se colocó el mástil y a su alrededor las carpas, las despensas, el comedor, duchas, baños, cancha de vóley, enfermería y oficina de mediciones antropométricas. Los destinatarios eran alumnos de las escuelas públicas de la provincia, varones de 8 a 12 años y mujeres de 8 a 11 años que viajarían a Raco en enero y febrero respectivamente; en cada turno fueron 200 niños aproximadamente. Para su puesta en marcha, además, colaboraron otras instituciones como el Departamento de Irrigación, Obras Públicas, el Ejército, el Consejo General de Educación, una compañía de boy scouts, etc.

Teniendo en cuenta los principios de la eugenesia preventiva, que fueron trazando los límites de la normalidad y cargándose de connotaciones morales, el DEF puso en juego una serie de estrategias en este campamento que ilustran mejor los intentos por lograr la tan deseada “regeneración social”. En primer término, la distribución de uniformes entre los participantes tuvo como propósito homogeneizar la pedagogía sobre los cuerpos, inculcarles pautas morales e higiénicas que, desde una superficie visible, permitieran un mayor control. Como consta en las Memorias 1948 de la UNT, a las niñas se les entregó un sombrero blanco, jumper, blusa, zapatillas, bombacha y delantal blanco, en tanto que para los niños era un juego de sombrero blanco, jardinero, remera, camisa verde oliva y zapatillas.

En segundo lugar, la alimentación también fue una cuestión central, ya que permitiría el verdadero fortalecimiento de los cuerpos de los participantes, muchos de los cuales padecían de desnutrición. Esto era determinado por los controles médicos que se realizaban antes, durante y al final del campamento, exámenes en los que, además, se tomaban medidas antropométricas y se realizaba un cuestionario sobre la familia de los niños (su composición, hábitos, enfermedades, etc.). De esta forma, se buscaba un “conocimiento exacto de los valores físicos de cada uno para poder compararlos con los índices en su momento de salida, su estado general y anormalidades que pudieran presentarse al ser una población de niños de distintos puntos de la provincia y de la ciudad”[3]. Sin embargo, a pesar de que la comida que se dio en el campamento fue suficiente y les permitió a los participantes subir de peso[4], al parecer hubo resistencias de los alumnos a aceptar todos los alimentos y obstáculos para los organizadores para preparar menús específicos.

Por último, las rutinas diarias de la colonia estaban estrictamente pautadas desde las 7:30 de la mañana hasta las 21:30 horas. Estas actividades, además, se realizaban bajo la vigilancia de un grupo de 36 boy scouts que “montaban guardia permanente” en los distintos puntos del campamento las 24 horas del día. De acuerdo al diario Trópico, su presencia generó una “gran admiración” entre los niños. Todo ello nos refleja los intentos de disciplinar aquellos cuerpos infantiles desde los hábitos de higiene personal y las actividades físicas y recreativas, a lo cual se sumaban los propósitos de moralización y educación patriótica, que pretendían incardinar en los cuerpos el sentido de la obediencia y el respeto por el orden establecido. No obstante, es difícil creer que este rigor tan estricto no haya presentado conflictos solapados o que, cuanto menos, el control de los niños haya sido escurridizo. A propósito, un curioso pasaje del periódico estudiado dio cuenta de un supuesto “accidente” en el arroyo cercano al campamento, el cual fue rápidamente desmentido sosteniendo la confianza en el control de los docentes y los boy scouts.

Como vemos, estos parámetros de observancia tan cerrada pudieron haber sido resistidos de maneras muy diversas e inconvenientes para el optimista relato de las fuentes oficiales de la UNT, de las cuales este estudio se nutre en casi su totalidad. Siempre quedan resquicios por los que se cuelan las resistencias y los cuestionamientos a estas políticas y planes que vieron en las infancias un público predilecto para su disciplinamiento corporal. Además, nos queda la pregunta latente sobre el lugar que los mismos protagonistas tuvieron en este inacabado proceso, sus interpretaciones, apropiaciones y voces, muchas veces silenciadas por la historiografía en nuestra provincia.

Sólo a modo de adelanto, resta decir que el DEF no organizó en los años siguientes otros campamentos de estas características, sino que se limitó a convocar colonias de vacaciones en sus instalaciones y la UNT no tuvo al parecer más injerencia en el asunto.

El campamento de Raco de 1948 fue uno de los recursos utilizados por el Estado en Tucumán para acercarse a un sector de la población considerado vulnerable y apuntalar sus trayectorias desde diversos ángulos (alimentario, médico, recreativo). Quizás fue un modo de consolidar una pretendida identidad nacional en clave peronista, quizás una garantía de acceso a las políticas sanitarias y deportivas que impulsaba el gobierno o quizás también una manera de ampliar los derechos de los ciudadanos. Lo cierto es que, a través de este tipo de iniciativas, la infancia no fue solo receptora pasiva de estas políticas públicas, sino también interpelada como sujetos activos en la reproducción de estos hábitos que se les inculcaba en el campamento, ya que se esperaba que lleven a sus hogares estos preceptos aprendidos.

Así, volviendo a las preguntas del principio, me permitiré ensayar algunas respuestas. Historizar estas propuestas podría mostrarnos que la infancia no es una sola, que hay infancias delimitadas por poderes públicos, saberes médicos, pedagógicos y morales y que, aquella considerada “débil” fue destinataria de políticas específicas –diferenciales y estigmatizantes– pero que el Estado reconoció, actuó y, en el caso del peronismo, las enmarcó en un discurso de democratización de los derechos sociales. Por otra parte, también nos permite notar (aunque aún no escuchar) que la voz de la niñez en la historia todavía permanece silenciada bajo el doble peso del adulto como sujeto histórico por excelencia y, claro está, de la clase social.

Desandar estos caminos, por último, nos deja ver que esa lejanía temporal y simbólica se presenta bastante parecida a nuestra realidad, demasiado acostumbrada a convivir con la “niñez débil” en los semáforos, en las esquinas, en el colectivo, jugando al lado de los canales colectores, escabulléndose en los contenedores de basura, tirando el carrito con los cartones, etc., etc. Sin negar los matices que aquí se presentaron, sino más bien abrazando el claroscuro, ¿cómo puede esta pequeña historia iluminar entonces una relectura de nuestro contexto actual?

Notas

[1] “Remendando el mundo. Niños del norte”, por Horacio Félix Lagos. Diario Trópico, 18/06/47, p. 3.

[2] La eugenesia (o “arte del buen nacer”) refiere al movimiento político e ideológico que proponía una mejora cualitativa, biológica o natural de la población. Para lograrlo, se promovían métodos positivos (la atención a las condiciones de vida de las poblaciones, la prevención de enfermedades, etc.) o negativos (las trabas, la incapacitación a ciertos sectores de la población o, como tristemente sabemos, su eliminación directa).

[3] UNT, Memorias 1948, Archivo Histórico Rectorado, p. 88.

[4] Los últimos controles médicos mostraron que más del 90% de los niños participantes habían subido entre 3 y 4,5 kg. de peso (UNT, Memorias…).

Constanza Atar

Nació en 1989 en Tucumán. Es jugadora y profe de tenis por sobre todas las cosas y también profesora y licenciada en Historia, aunque todavía no ha publicado nada serio porque las revistas académicas se rigen por el tiempo largo braudeliano. La visita a sus redes sociales no asegura una experiencia coherente.

Facebook: Coti Atar

Instagram: @alfajorcitedemaicena