El peso del humor: hacia una consciencia de la gordxfobia

Alice Mayer

Foto: Diego Aráoz

¿Qué es el humor y qué marcas ha dejado en tu vida?

Hace un tiempo escribí una publicación sobre que mi facultad no era apta para gordxs. Hablaba en primera instancia de las instalaciones, de los espacios, sin dejar de lado los vínculos, las relaciones. Mientras escribía esa publicación, una escena con mis amistades de la facultad vino a mi cabeza: varixs amigxs y yo estábamos en un bar con las mesas y asientos fijos, de esos como tablones. Faltaba que llegue gente, por lo que contamos en voz alta los espacios que había. Decidimos que sí entrábamos porque una compañera es de contextura pequeña, más bien fue algo como “sí entramos porque ella no cuenta”. Ella nos respondió con total seguridad “yo SÍ cuento”. No hablaba de los asientos, y en realidad nosotrxs, al menos con nuestras palabras, tampoco.

Otros lugares donde ocurren anécdotas similares, por ejemplo, es en los ascensores: “capacidad máxima 4 personas (300 kg)”. Se habilita entonces un conteo de personas y el monitoreo de los cuerpos, y según el cartel tal vale por una persona y media, tal otro vale por media persona. Algo tan cotidiano y que pasa tan desapercibido para muches es objeto de (con suerte de la buena) reflexión para quien se siente fuera de ese estándar. Los espacios nos nombran anormales sin decir una palabra (los asientos de la facultad no son aptos para gordxs, pero tampoco para zurdxs, ni para ciegxs, los ascensores me dicen que peso más que una persona normal, un avión me dice que ocupo más espacio, etc.). Pero esos espacios no se crean solos, los creamos nosotrxs, que también definimos qué y quién es lo normal. Cuando interiorizamos esa “normalidad” y no la cuestionamos, abrimos muchas puertas hacia la estigmatización y la ridiculización. Una de las puertas que abrimos es la de la burla hacia esos cuerpos y comportamientos “anormales”. Este humor estigmatizante siempre tiene dos agentes al menos, quien burla y quien es burladx. A veces, creo que la mayoría de las veces, hay un tercer sujeto que es quien se ríe de esa ridiculización, la legitima y sostiene.

Vuelvo más hacia atrás y puedo ubicar la primera semilla de humor estigmatizante hacia mi persona en el jardín maternal. Una seño me decía “la gorda”. Le dije que no me gustaba. Ella me decía que me quería, que iba con cariño y lo repetía cada vez que podía. Yo no tenía nombre y mi apodo venía siempre acompañado de una mueca o una risa; yo tenía tres años, hoy veinticinco, y no me olvido

Este “te lo digo de cariño” o “te lo digo porque te quiero” se usa como un intento de atenuar o resignificar esos comentarios, darles vuelta el sentido con el que la persona los ha percibido o puede percibir. Yo particularmente, lo entiendo como una de las formas que encontramos de no hacernos cargo de lo que decimos, de intentar suavizar lo que decimos, eufemizarlo. Se supone menos estigmatizante o cruel cuando son enunciados por parte de quien “nos quiere”: porque soy tu mamá, tu amigx, tu pareja, no voy a decir algo para hacerte mal, va con amor. Se supone también que se resignifica porque ahora, que te aclaro que te lo dije con cariño, habilito que se entienda como una demostración de afecto, te digo gordx como podría decirte un diminutivo de tu nombre, o tu animal de peluche preferido, o casi cualquier otra cosa. Incluso, no ya los apodos sino los comentarios se supone que se resignifican porque ahora que está claro que se dicen con cariño, a veces (en esos casos tremendos) encima “es por tu bien”, y así te digo que estás gordx por tu salud, para que te cuides porque obviamente, ser o estar gordx (que es asumido siempre como algo voluntario al 100%) está mal, es hacerte un daño y, claro, es provocarte infelicidad conscientemente si se hace caso omiso a ese comentario ajeno que se entiende como salvador. Claramente este intento de atenuación o resignificación sucede en situaciones muy diversas y no sólo con comentarios referentes a la gordura, ¿cuántas veces justificamos o nos han justificado acciones, bajo la idea de que, con cariño, todo está permitido o todo es mejor?

En lo personal, entiendo esta anécdota de mi maestra del maternal como semilla del humor estigmatizante porque poner apodos es de esas prácticas comunes que pasan incluso casi desapercibidas y que muchas veces nacen como burlas o intervenciones del momento y por algún motivo ya quedan fijadas como la forma de nombrar a alguien. En mi caso, al principio mis compañerxs se reían del apodo y de que la maestra fuera quien me lo puso (a la vez, su posición de poder lo legitimaba), pero después se volvió algo común y, como dije, ya no tenía nombre y así perdió la gracia para ellxs también.

¿Qué es el humor para vos? ¿Qué forma ha tomado, en qué se ha convertido? ¿Qué marcas ha dejado en vos?

Antes los humores eran cuatro (bilis amarilla, negra, agua y sangre) y estaban asociados a los cuatro elementos (tierra, aire, agua y fuego). Un buen estado de salud tenía que ver con el equilibrio de esos humores. Por supuesto que no digo que actualmente un buen estado de salud no implique la felicidad, el buen humor o la alegría, pero me parece que la palabra humor ha perdido con el tiempo esa acepción. Ahora, es más bien percibida como un estado de ánimo, se está de buen o mal humor, y también lo entendemos como lo gracioso, lo cómico. Estos últimos, claramente vinculados al buen humor. Entendemos por ejemplo que, si una persona ríe mucho, es graciosa y hace chistes, está de buen humor. ¿Es realmente así?

Si tiene forma medio monstruosa porque nos asusta o nos inhibe y nos parece peligroso y te hace pensar que capaz que no todxs la pasan bien con él, si te duele, eso, no es humor. Y no, tampoco es una forma de cariño. Una de esas formas monstruosas que el humor puede tomar es la de la burla, pero hay fronteras bien borrosas y muchas veces nos cuesta discernir. Digo, cuando hacemos “chistes negros” estamos bailando la tarantela en ese límite, a mi entender, bastante difuso en ocasiones entre el humor y la burla. Quizás pensemos con bastante claridad que lo que diferencia los dos conceptos es algo asumido como importantísimo: la intención. Muchas veces esta intención está vinculada, en el discurso, a la atenuación o resignificación a la que hacía referencia antes. A mí parecer, la intención pasa a segundo plano, lo que importa no es quien enuncia sino que se hace daño. Hay que correrse de la foto cuando la sacamos y ser conscientes de que el complejo de selfie nos está cegando. No importa quién saca la foto, importa a quien fotografiamos. Y si no nos corremos nunca de la foto, y si no preguntamos si la foto le gustó a la otra persona, terminamos con un book de mierda y una experiencia análoga. Un resultado posible soy yo veinte años más tarde recordando que desde el maternal soy “la gorda”, y ojo, ¿eh? Ahora no me pesa.

No es suficiente quedarnos en nuestras intenciones. Hay que reflexionar sobre los efectos de nuestros actos sobre lxs demás y recordar, me parece muy importante el ejercicio de la memoria, no sólo cuando hemos sido burladxs, estigmatizadxs, sino recordar cuando hemos burlado y estigmatizado. Probablemente, incluso, nos cueste más recordar esas ocasiones, el hecho concreto, pero también qué hizo esa otra persona, qué nos dijo como respuesta. ¿Nos dijo yo SI importo?

Siento que la burla nos empuja hoy, que mucho ha cambiado, a necesitar amar eso que nos estigmatiza, intentarlo al menos, convertir precisamente eso que ha sido objeto de burla, en un foco de amor propio. Si mi cuerpo es así o asá, si mi voz o mi forma de andar o mi forma de hablar, si esto, si lo otro. El discurso que se impone ahora es que todxs somos diferentes, que somos únicxs, que hay que amar las diferencias, que nos hacen “especiales”. Se nos está intentando enseñar a admirar a quien porta con orgullo sus rasgos contrahegemónicos, a superar el consumo irónico, a volverlo consumo gustoso, a traducirlo, a incorporarlo. Percibo que ahora se quiere ver a la no modelo en la revista y asumir que tiene amor propio (¿no es una forma de comercializar esas diferencias?). Así, se quiere también tener amor propio, como la sí modelo de la revista de antes, pero siendo diferente, disruptiva. Personalmente prefiero no pensar que lo que nos hace diferentes nos hace especiales, únicxs. ¿Son acaso nuestras diferencias las que nos hacen respetables o valorables?

Creo que la burla por ser gordx es una de las más comunes y viene enfrascada de muchas maneras, muchas más que el dedo que señala y se acompaña con un comentario hiriente y risas de quien enuncia y quien respalda. También viene como apodos o en miradas en la calle con risas por lo bajo seguido de un comentario a lx de al lado. Burla también es entrar a comprar ropa y que te digan con cierto tono particular, risueño, buscando complicidad de otrxs vendedores, “¡Nono! Talle para vos no tenemos”. Burla también en forma de memes e imágenes “graciosas”, por supuesto. De hecho, mientras escribía esto vi una imagen en Facebook de una heladera de dos puertas con un cartel que decía: “NO tengo hambre!”. Al lado del cartel, sobre la misma heladera, en una percha, un bikini. ¿Qué ves aquí? ¿Humor o burla? No perdamos de vista que ser gordx y no intentar ocultarlo no está visto como solo gordura, sino que se acusa a esta actitud de ser apología de la obesidad. Burlarse de los cuerpos diferentes, en cambio, no es apología de odio y exclusión, es solo humor, ¿por qué?

Entonces, no nos confundamos. El humor genera lazos, alegra a quienes participen de ese proceso de intercambio, a muches incluso nos da un colchón a donde caer en los momentos de necesidad, de hecho, a mí el humor me ha salvado.

No lxs dejo solxs a la hora de responder las preguntas, yo también lo he pensado. La burla hacia mí ha calado muy profundo, me ha llevado a intentar ser siempre una persona con buen humor, divertida dirían algunxs, y yo lo asumo y lo defiendo porque ha sido una decisión más o menos consciente, intentando (siempre en la búsqueda) escapar a las lógicas de la ridiculización en el ámbito del humor. Pero también eso ha sucedido porque no me ha quedado de otra, porque he estado en el lugar de la persona burlada en muchísimas ocasiones, incontables, y creo que también hay que hacerse cargo de lo que motiva las conductas, las identidades que se forjan. En ese mismo sentido, la burla también me llevó a acercarme al activismo gordx, a ver las distintas formas que este activismo cobra, dónde actúa o cómo puedo aplicarlo en función de mi vida y vínculos.

Hagamos un micro experimento. Imaginate, sin esfuerzo por romper nada, a unx gordx. Unx gordx cualquiera, no necesariamente a alguien real. Preguntate cómo es, qué hace y tomate unos segundos.

Con el tiempo he ido percibiendo que circulan estereotipos de las personas gordas y así en los imaginarios lxs gordxs son personas amorosas, amigueras, que escuchan, que aguantan todo, que son inocentes o tímidxs, que no tienen sexo y si lo tienen está asociado a una idea de ternura, que disfrutan los abrazos, alegres, cómicxs, en la vida privada muy solitarixs, sentadxs detrás de computadoras con vidas ultra sedentarias y vínculos virtualizados. Ahora lo importante es reflexionar sobre estos estereotipos. Hay gordxs así, como también hay flacxs, altxs, bajxs, etc., lo importante es pensar sobre el origen de estas características y en si en algunas personas, son producto de decisiones forzadas.

Lxs gordxs estamos en el dilema del ser o no ser el estereotipo frente a cada una de estas características porque en el imaginario ya somos eso, y a veces tampoco se nos permite ser otra cosa. Pienso en la idea de compensación, esa presión por compensar o sobrecompensar para no ser estigmatizadxs y encasilladxs (que, reitero, no es que todxs lxs gordxs buscamos compensar con nuestras rutinas y personalidades, sino que esa tensión está presente porque se nos pone en ese lugar) aunque, de todas formas, no escapamos de ello.

En mi caso, por ejemplo, elijo el humor y la gracia porque si no lo que me hubiera quedado (en otro momento de mi vida, mucho más vulnerable) es la soledad. A la gente le agrada quien le haga reír, disfruta pasar tiempo con alguien que proyecte buen humor, y en mi mente: era preferible una gorda que se posiciona como payasa, graciosa, pero acompañada, a una gorda no payasa pero sola. Me hago cargo de mi decisión, pero a la vez entiendo que el origen de esto también ha sido el segregamiento al que se me ha sometido, las humillaciones y ridiculización. A mí se me ha enseñado desde pequeña a responder a las burlas con orgullo: “sí, gorda, y qué?”. Después a reírme de mí misma frente a lxs demás (una práctica muy común), y no es hasta ahora que estoy intentando dejar de burlarme de mí como salida y respuesta a las distintas situaciones (es la forma de burla de la que más me cuesta desprenderme).

No nos olvidemos, los agentes de la burla somos todxs. Todxs somos burlistas y burladxs en mayor o menor medida. Es la vecina Marta diciéndote que el short te queda demasiado ajustado y te marca los rollos, pero también es el influencer con millones de seguidores en las redes hablando sobre la comida y la gordura en este contexto de pandemia. Y tampoco es la burla hacia les gordes la única que circula impune entre nosotres. Hay muchísimas y de mucha gravedad, no faltan los ejemplos: cuando se ríen de alguien por la forma de hablar (por cómo modula, por el uso de las palabras o la tonada, etc), o cuando se tilda de rata a alguien por no poder comprarse ropa y usar siempre lo mismo o no pagar cosas en las juntadas o incluso no ir a esas juntadas porque no da el bolsillo. Bajo el escudo protector del humor, se esconden muchas miserias. Si no lo vemos, solo hay que buscarlo. Y lo sostenemos entre todxs, no es sólo mi maestra de jardín maternal, y después mi maestra de jardín obligatorio, y mis compañerxs de primaria y secundaria, y mis alumnxs, y lxs desconocidxs en el colectivo, en la calle, en mis viajes, mis vecinxs, mi familia, yo. Somos todxs.

No niego que la burla carga el peso de la ridiculización y siempre ridiculizar a alguien implica vulnerarlo. Pero tampoco creo que todas las burlas tengan el mismo peso ni impliquen dolor. Puedo reírme de que un amigo de borracho tiró su vaso de vino al suelo o de que al reírse le salió agua por la nariz, no puedo reírme de que alguien no tiene plata para el boleto de colectivo o no entra en su pupitre escolar.


Alice Mayer

Alice Mayer, también nombrada como Araceli Barros, especialmente por sus familiares, nació en San Miguel de Tucumán en Julio de 1995, continúa viviendo en esa provincia. Estudia el profesorado en Letras en la UNT. Es integrante (principalmente vocalista) en la banda Punk Casero y últimamente ha incursionado en la composición musical. También escribe literatura, especialmente poesía. Se considera transfeminista y forma parte del movimiento de activismo gordx.

Ig: @alicemayer12

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