Preguntas sobre costumbrismo cyberpunk y posmundialidad
Por Claudio Rojo Cesca
a Priscilla Hill
¿Qué lugar tienen internet y la vida hyperlinkeada en vos y tu poesía?
Si bien es verdad que lo primero que publiqué fue en redes, más o menos en el 2011, y específicamente en Facebook, porque siempre entré tardíamente a las plataformas en relación con sus momentos de gloria, creo que este pequeño poemario es el único que está escrito desde la lógica de la virtualidad casi extrema, aun a costa del cuerpo material que habitamos. Se me ocurrieron una serie de ideas en torno a los mundos posibles de la digitalidad que nos van transformando en seres compulsivos, tendientes a almacenar, reaccionar, opinar y estar ahí sin límite. Somos todo eso y también somos la pugna emocional por hallar un más allá de esas realidades con reglas crueles, cambiantes, panópticas. Me pregunté qué signos con los que me identifiqué y crecí cambiaron absolutamente de sentido o desaparecieron y qué huellas dejó esa pérdida en la generación que - en la primera década del 2000 y siendo adolescente- empezó a vincularse con internet y ese mundo que parecía magia. Hoy ese relato cayó y apareció – sobre todo en el contexto de la Pandemia- el lado distópico de la ilusión de la hipervinculación perpetua. A lo largo de algunas noches de rumiar estas cuestiones, escribí el librito, pero me parece que nunca antes me había preocupado por nada de esto en textos anteriores o al menos yo creo que no aparecen estas líneas en mi otro libro de poemas. Supongo que mi relación con el Instagram habrá operado en algún nivel. Tengo esta red social desde hace un año y me di cuenta de sus alcances cuando ya no había vuelta atrás.
El poemario abre con una lista de elementos archivados en las notas (creo que) de tu celular. El archivo, un lugar donde se amontona lo que nos gusta, nos inquieta, nos apena. ¿Cómo construyes la diferencia entre ese cobertizo donde nuestra experiencia con las cosas queda suspendida en el para después y el poema que las nombra?
Mirá, creo que el registro escrito, audiovisual, oral, etc., es parte de la vida de cualquier persona a la que le gusta escribir (y no sólo escribir, hacer arte en general, hacer ciencia, y un montón de otras cosas). Pero, con todas las diferencias que podamos tener en las prácticas literarias, creo que todxs contamos con un sitio donde van a morir cosas que se nos ocurrieron y no prosperaron, ideas que podrían llegar a ser interesantes si les dedicáramos tiempo, títulos posibles de novelas que no vamos a escribir, pero nos gustaría y también cosas varadas como direcciones o abreviaturas de las que perdemos la ruta mental. Darle lugar a esa enumeración caótica de objetos, percepciones e ideas es un poco lo que quise hacer para jugar con todo eso que parece que no sirve, pero ocupa un lugar en nuestros compartimentos, sean físicos, mentales, virtuales. Me parece curioso que cuando el celular no tiene más memoria empezamos a eliminar archivos y mientras se borran pensamos con nostalgia y un poco de gracia ¿pero por qué mierda tengo esto acá? Como ejercicio de escritura es interesante, me parece. Es como ponerse a limpiar la casa y sacar la caja de debajo de la cama. Ya sé que yo guardé eso ahí y que ya conozco todo lo que hay, pero ¿yo guardé eso ahí y conozco todo lo que hay?
Entiendo que uno de los temas de tu poemario es el enigma del cuerpo en el espejismo de la virtualidad. Es lo que veo que ocurre en “Huellas”, por ejemplo, donde la operación de tus representaciones se desplaza de lo virtual a lo material para señalar deterioro: uñas roídas, ropa que asfixia, pelo que se pierde. ¿Crees que en nuestro compromiso con la pantalla se juega una especie de evasión del “residuo” que nos impone vivir el universo material? ¿Cómo puede funcionar la poesía en una vida gobernada por filtros?
En las redes pasa algo tremendo y es que la cuestión de los filtros no está solo en vernos bonitxs, divertidxs, lisérgicxs, sexis y así, sino en que, en las retóricas de lo triste, lo feliz, lo suicida, lo erótico, incluso cuando se presentan como restos o como elementos disruptivos, también hay un filtro implícito de reglas no escritas, pero sumamente violentas que pautan hasta dónde se puede decir y hasta dónde callar. Dicho de otro modo, fijate cómo expresas tus ganas de matarte porque en realidad es una pose y a nadie le importa si te sentís mal realmente. El malsentir (gracias Rosalía, pienso en tu mirá) es una estética y no te confundás porque la podés llegar a pasar muy mal. El vestigio debe acomodarse para ser un resto digno de circulación y hay que tener cuidado porque, aunque se presente como espontáneo, hay un montón de energía puesta en ese dispositivo.
Pienso mucho en eso en el caso concreto de las adolescencias de hoy. El juego con la ansiedad, el pánico, la depresión, la angustia, la imagen, todo filtrado, en distintas escalas, todo ahí tan visible y tan parte de todxs y tan poco charlado, a la vez. Es perturbador.
En uno de los textos hablas de un “despertar caníbal de inteligencias artificiales”. ¿Hay alternativas en esa desesperanza? Digo: alternativas a la voracidad caníbal que no impliquen desconectarse de la virtualidad y dejar de ver memes.
Claro que la hay. La poesía, por ejemplo. O cualquier intento por capturar, aunque sea por unos instantes, algo de todo eso y tratar de desentrañarlo. La canibalización existe desde que el mundo es mundo y las redes sólo han intensificado, masificación mediante, procesos de escrutinio social que han estado vigentes desde hace siglos. Humanxs y/o transhumanxs buscamos amor, aprobación, un lugar del que formar parte, hoy que todxs somos potencialmente acechantes, peligrosxs, migrantes en mundos expulsivos. Recordarlo y no dejarnos invalidar por toda esa voracidad cruenta es una forma de resistirnos, supongo. Aunque el poemario se presenta más como una pérdida que como una promesa. Es un temita que tengo. Eso sí, esferas, registros y temáticas aparte, atraviesa casi todo lo que he escrito en estos casi diez años de reconocerme como un sujeto escribiente.
En “Error” abordas la idea de pérdida del cuerpo. Somos, de pronto, materia ausente. ¿Qué crees que pasa con una experiencia tan fuerte como el dolor? No sólo el propio, sino también el registro del dolor del otro, a quien le hablamos desde un mapa de bits. ¿Tiene algo para hacer, con ésto, la poesía?
Dice Adrienne Rich sobre el silencio: es una presencia/tiene una historia/una forma/no lo confundas/con cualquier clase de ausencia.
El dolor es la pulsión de la poesía y es una experiencia primitiva, fundante. Nos acercamos al lenguaje porque nos duele la incomprensión. A veces olvidamos que toda esa cosa de los laiks que parece superficial y banal –y lo es- tiene una contracara que lejos se encuentra de serlo. El cuerpo material- en una mátrix que empezamos a olvidar- siente una herida imposible de nombrar porque existe en un lugar que ha iniciado un proceso discursivo de desrealización. ¿Qué me duele? Me duele una imagen mía replicada en todos lados con la que no sé qué hacer. Me duele el abandono de mi cuerpo en pos de otras existencias que tienen que ver conmigo, pero no son del todo yo.
No sé qué más decir.
“Confesión” se siente como una bocanada de aire en medio del postmundo que delinea tu universo. Teniendo en cuenta que las redes sociales son un espacio de escritura permanente, pareciera que es muy grande la distancia entre exposición y confesión. ¿Por dónde crees que pasa la singularidad de ese significante, “confesión”?
Se relaciona con lo que antes dije de los límites del filtro. Se puede “ventilar”, exponer, hacer un fetiche del intimismo espectacular y a la vez no decir nada. La imagen-voz efectista que parece abarcar cosas cada vez más border, como darse vuelta los párpados sólo porque son semi-móviles, se trampea a sí misma casi todos los días. No abandona las reglas fijas de circulación, por ende, muy en el fondo, no disputa sentidos. Confesar es algo más parecido a la liberación y, sin negar que es ante alguien más, este verbo pone el foco en quien habla y no en quien escucha y sus vigilancias. La confesión es para unx y que el resto se maneje.
El poemario termina (spoiler alert) con un verso casi aterrador: ha ocurrido un problema. ¿Qué es el poemario, en relación a esa irrupción que llamas “problema”?
Creo que un caminito trazado para afligirse. Se lee rápido y como al pasar, pero queda esa sensación de lo siniestro que es -por definición- eso que irrumpe en el seno de lo esperable y en apariencia familiar y que no debería nunca haberse manifestado.
Claudio Rojo Cesca
Nació en Santiago del Estero, en 1984. Es psicoanalista y escritor. En 2015 co-fundó la editorial santiagueña Larvas Marcianas. Publicó los poemarios Fotos de mi chonga desnuda dentro de una nave espacial (Larvas Marcianas, 2015), Horas que pasé dentro del frasco antes de la mutación (Minibús, 2016) y Sombra Kamikaze (Almadegoma Ediciones, 2018); y los libros de relatos Viñetas del insomnio no resuelto (Colección Leer es Futuro, Ministerio de Cultura de la Nación, 2015) y El montaje obsceno (Nudista, 2018). Sus textos fueron incluidos en las antologías Picados - Lata Peinada (Bellas Alas, 2015), Jardín 16 (Minibús, 2015), Libro de tormentas (Cuaderno de Elefantes, 2016), Literatura barata y discos de goma (Cuentos Criollos, 2017), Rumiar Vol. 1 (Editorial Rumiar, 2018), Salí Dulce (27 Pulqui – Almadegoma, 2018) y Banzai: Encuentro de escritores (Banzai Ediciones, 2018), entre otras.
Fb: Claudio Rojo Cesca
Ig: @claudiorojocesca