Tapalín

La memoria es una de las líneas del trabajo de Diego Aráoz. Realizó la muestra Ante la ley, que registra el juicio por al genocida Antonio Domingo Bussi por desaparición forzada -único juicio al que fue sometido- realizado en 2008. Entre 2001 y 2008 realizó un ensayo documental sobre Santa Lucía, ingenio azucarero que en 1975 fue convertido en un centro clandestino de detención y en base militar del Operativo Independencia. El ensayo se titula Santa Lucía: arqueología de la violencia y trata, desde la fotografía, sobre las heridas que quedaron encerradas en el aire, en el espacio y en el tiempo.

La última muestra que destacamos de esta línea es La Academia, Los Egresados, El Manual. Aráoz apunta contra la Escuela Naval Militar Argentina, de donde egresaron torturadores como Alfredo Astiz. Partió de esta pregunta: “¿Cómo te enseñan a matar a tu prójimo?”. Cómo una persona se vuelve un torturador y un verdugo, cómo una institución enseña el odio, son las punzantes inquietudes que movieron la investigación que concluyó en 2018 con una muestra en El Pasaje.

La otra línea de la obra de Aráoz es la de los personajes, sucesos, y paisajes urbanos de Tucumán. Desde los retratos preciosos de la majestuosa drag Gloria Oh hasta el registro más crudo de los saqueos de diciembre de 2013. Pero también trabajos con el espacio urbano como Famaillá. Pasiones encontradas: la obra pública y lo religioso popular. En la que Aráoz interpela la hibridez de lo público con lo religioso popular, lo estatal y una estética del kitsch entendida como la desmesura, la copia, la pretensión de arte, su función decorativa, pero también como la expresión de un nuevo sensorium que apela a lo emotivo, la afectividad de lo sagrado y lo profano. En esa obra Aráoz muestra de una manera brillante cómo la religiosidad popular, tan arraigada en el NOA, crea en el espacio público una estética definida por una súper abundancia de lo ornamental que no tolera ningún espacio vacío. Y que sabemos, genera tanto rechazo como fascinación.

A esta última línea pertenece el trabajo sobre el payaso Tapalín. Aráoz lo registra en la frontera entre la escena montada y la vida mundana. Haciendo su programa de televisión, pero con una fotografía de la cámara que lo filma. También caminando sobre el pavimento en el microcentro tucumano o adentro de su pequeño auto rojo. En los pasajes de esa frontera entre el escenario y la vida cotidiana Tapalín no deja nunca de ser Tapalín. El maquillaje y las lentejuelas son su actuación y su vida. Quizas el mayor valor de estas fotografías es que capturan la desmesura de un personaje que parece haberse tragado a la persona.