Ambientalismo y confusión: militancia en tiempos de eco-ansiedad

Lucia Brito Berrizbeitia

Ilustración: Pablo Espinoza
Elbalaso l Número 3 l Ensayo político

Tal vez haya comenzado con un pan de masa madre que prometía el más grande orgullo y satisfacción personal en su elaboración, o probablemente haya sido la germinación de alguna verdura. O un ecoladrillo. O empezar a usar esponja vegetal. O quizás, en los casos más radicales, googlear más recetas sin carne que formas de hacer un animal a la estaca. Cualquiera el desafío, somos muchxs quienes hemos experimentado durante estos meses de pandemia, o incluso desde algún tiempo anterior, la transición hacia un estilo de vida “más amigable con el medio ambiente”. Un estilo que además de modificar rutinas y prácticas hogareñas implica adoptar una visión distinta a la que veníamos teniendo sobre las problemáticas ambientales.

Sólo en este 2020 hemos pasando por las distintas instancias de la firma del acuerdo de Escazú[1], los incesantes conflictos con empresarios por desmontes no autorizados en todo el Litoral y el NOA, el fuego intencionado que arrasó Córdoba, los humedales del Paraná y hasta nuestro cerro San Javier, el reflote de las históricas demandas hacia la megaminería a cielo abierto en Catamarca y Chubut, el preacuerdo para la implementación de granjas porcinas a gran escala y los pedidos legítimos en torno a la Soberanía Alimentaria[2], sólo por dar algunos ejemplos. Particularmente en Tucumán, se llevaron a cabo jornadas sistemáticas de charla y debate que luego confluyeron en el “Encuentro Defensores de la Tierra”, organizado por la coordinadora Basta de Falsas Soluciones en conjunto con Tucumán Contra las Mega Factorías Porcinas. También fuimos provincia partícipe de la 2° Acción Plurinacional por el Agua, la Vida y los Territorios, convocada por asambleas socioambientales y colectivos horizontales, que activó jornadas de lucha en más de 70 puntos de América Latina. Son, de esta manera, los activismos ambientalistas, ecologistas y anti especistas quienes enderezaron los principios de estas militancias y enfrentaron las problemáticas con una línea clara y contundente, conformando frentes organizados que vienen marcando el rumbo para poner en agenda políticas públicas efectivas desde el gobierno nacional.

Resulta bastante incierto cuál fue el momento clave en el que pasamos del reciclaje como proyecto de las materias especiales y las acciones ciudadanas en familia ‒esas que te enseñaban en primaria y consistían en juntar tapitas y botellas de gaseosa para el proyecto URB-AL III‒ al debate ensamblado y con tinte latinoamericanista que analiza constantemente las consecuencias de la explotación de recursos naturales e interpela el hiperconsumo de animales y procesados. Aquí aclaro, no es que sea menor el hecho de que la inflación y el ajuste nos hayan quitado varios asados, pero pareciera que a fines de la era macrista se ha ido generando una tendencia masiva que planifica alimentaciones más variadas y con menos o nada de carne, el uso de envoltorios compostables y la reutilización de cualquier elemento que pueda ser ofertado como producto vintage/retro. Contrario a lo que pensaría un suscriptor de greenpeace, la masividad de estas acciones deviene de la voluntad organizada de jóvenes y adolescentes que paulatinamente llenaron plazas, calles y redes sociales difundiendo información, invitando a eco-canjes[3] y promoviendo ferias de artesanxs. Y es que estos movimientos logran también una adhesión que no se ha atestiguado en muchas otras corrientes (con excepción del feminismo, claro). Cada agrupación y organización de los más diversos orígenes encuentra su punto de articulación exacto con la causa climática; una bisagra para conjugar problemáticas territoriales y específicas con el macro sistema en el que nos desarrollamos. Es así que, abrazando convicciones y levantando reclamos, tanto protagonistas como simpatizantes van sumando puntos para la #JusticiaClimática en el trending topic de lxs jefxs de Estado.

Resulta quizás novedoso lo que se generó a raíz de los discursos sobre el origen de la pandemia y de posibles proyecciones en torno a otros tipos de consumo animal. La forzosamente postergada firma de un acuerdo para la instalación de granjas porcinas en Argentina[4] desató una especie de unificación de la militancia ambiental, incluso por parte de aquellxs que no se sentían identificadxs de antemano con el movimiento. Vimos jóvenes activistas, diputadxs y referentes de distintos partidos, influencers de las causas comunes y hasta los elencos completos de Polka junto con panelistas y personajes de los medios; todxs apelando a la difusión masiva del problema y a la firma de links en change.org para decirle en coro al Estado que no queremos ser cuna de nuevas enfermedades. Aun así, no termina de entenderse si la verdadera motivación de esa acción colectiva fue la conciencia madura de un futuro en deterioro o el miedo generalizado de perder más familiares, los propios, cuando venga el próximo virus a ponernos en jaque.

“El discurso ecológico cala bien en los sectores medios porque es políticamente correcto, porque no pone en riesgo las verdaderas bases del sistema”, dice Federovisky en una entrevista en donde explica por qué los planteos aislados no resuelven la cuestión ambiental. Millones repudiamos la iniciativa del criadero extranjero, pero ¿es la causa ambiental el verdadero motivo? Hay quienes mostraron descontento ya desde la carátula “Acuerdo con China” sin siquiera saber en qué consistía la propuesta. Sabiendo que el Covid-19 se originó en Wuhan, y considerando que Argentina no es más occidental porque no se lo permite la geografía, ¿no hay un componente más bien xebófobo que revolucionario en este posicionamiento? Es aquí donde se hace presente la bajada de línea del capitalismo aislante en la cuestión ambiental: las macrocausas del arrasamiento sistemático a la tierra que habitamos se vuelven contrincantes sólo cuando interpelan al individualismo de sus habitantes. Nunca antes un proyecto de fortalecimiento económico (y hasta ahí nomás) relacionado a la ganadería tuvo tanta polémica en un país profundamente carnívoro como la tuvo esta iniciativa de socios orientales. Nunca antes hubo un interés tan potenciado en el grueso de la población por involucrarse y pronunciarse por causas que le parecían propias sólo a un par de progres adelantadxs.

Volviendo a las tendencias, algo que definitivamente la pegó este año fueron las tiendas de ropa vintage o “second-hand” (de segunda mano). Este fenómeno no es una novedad; ¿quién no ha ido alguna vez a la feria de la rinconada en busca de una campera copada por dos mangos? Si sos del estilo boho o 90’s/00’s seguro que llenar el placard con pilchas de estas ferias era un negoción. Era, porque en parte esto último fue el problema. De a poco comenzaron a aparecer cuentas en Instagram bajo las premisas “reutilizá tu ropa” o “moda sustentable” pero, aunque el concepto de slow fashion[5] esté buenísmo, el objetivo principal seguía siendo uno: facturar. Y no sólo eso, sino que los productos que más valor tienen en este intercambio son los fabricados por marcas internacionales cuyas emisiones de contaminación son las más altas y que además desfilan en la pasarela de la impunidad por mantener talleres clandestinos y no brindar condiciones de trabajo salubres y seguras a sus empleadxs. Entonces, de una manera u otra seguimos avalando a las máquinas reproductoras de desigualdad y daño ambiental, con algo tan simple como comprarte unos Levi’s. Ahora, ¿se puede recurrir a la venta de estos productos para hacer plata aún sin ser agentes activos de lo que plantean? Sí, todo lo que se haga en pos de comer y vivir es válido. ¿Se correlacionan estas tendencias con una ayuda significativa a la reducción de los desechos y la contaminación que produce la moda industrial? Lamentablemente no. Y justamente a esto apuntan las militancias transversales cuando hablan de que salvar al planeta es incompatible con el capitalismo ambicioso y desechante. La matriz productiva que sostenemos no puede, ni podrá nunca, acomodar sus principios para desacelerar los efectos nocivos que tiene en el ambiente.

Les jóvenes, militantes de casi todas las causas por conciencia coyuntural, por procedencia postindustrial y por presión generacional encontraron en el ambientalismo un paraguas que encauza sus distintas acepciones de participación política. Sin embargo, hay una vida terrenal acelerada que resulta incompatible con la huerta en casa y la eliminación total de ultraprocesados, y que lejos está de ir construyendo ese pacto ecosocial que tanto se desea; no sólo porque se basa en una amplia feminización de esas tareas para que sea mínimamente viable sino también porque miles de contextos familiares y laborales no se correlacionan ni en tiempo, ni en practicidad, ni en rentabilidad con estas propuestas. La justicia social de la mano de la justicia ambiental es una agenda ambiciosa, por eso debe incluir a todos los sectores, no sólo aquellos que puedan desde lo individual generar acciones de cambio. Además, tenemos que convivir con la realidad de que el ambientalismo, más allá de ser entendido como movimiento social que lucha por la conservación de los recursos naturales y su responsable administración a escala global, se volvió una militancia del agotamiento, de la cuenta regresiva. Y que, pese a quien le pese, el mundo terrenal que habitamos junto con sus convalecientes recursos nunca sirvió como materia prima de nuestras ambiciones monetarias, ahora envueltas en packaging biodegradable.








[1] El Acuerdo Regional de Escazú se creó en 2018 y es el primer tratado de América Latina y el Caribe que establece garantías sobre el acceso a la información, la participación pública y el acceso a la Justicia en asuntos ambientales. Este año, Argentina se convirtió en el décimo país en ratificar el texto.

[2] La Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) es una organización nacional de familias pequeño productoras y campesinas que lucha por conseguir la Ley de Acceso a la Tierra para poder comprar tierras y aumentar hectáreas en producción Agroecológica, sana para la tierra, para quien produce, para quien consume, y libre de trabajo explotado y de las multinacionales.



[3] Los eco-canjes son iniciativas llevadas a cabo por grupos activistas, barriales o municipales con el propósito de intercambiar residuos separados y clasificados (papel, cartón, plástico), residuos no desechables (pilas, colillas de cigarrillos, basura tecnológica) o eco-botellas por plantines o algún elemento hogareño de la índole.

[4] Este acuerdo prevé la instalación de mega granjas porcinas para elevar el stock de producción a casi 900.000 toneladas de carne, cifra adicional a las 700.000 que ya produce el país. Este proyecto fue presentado como una gran oportunidad de inversión y creación de puestos de trabajo. Sin embargo, los riesgos ambientales y sanitarios de esta iniciativa son los puntos claves que retrasaron hasta la fecha la concreción de la firma.



[5] El slow fashion o “moda sostenible” es la contrapropuesta del fast fashion o moda industrial. Esta tendencia pretende ralentizar el ritmo de compra de los ítems en el mercado de la moda, optando por producir piezas de calidad más que en cantidad. Es una corriente holística y considera todo el ciclo de vida del producto. Es sostenible y no considera los productos como desechables mientras que analiza las conexiones entre las cosas: materias primas, medio ambiente y trabajo humano.

Lucia Brito Berrizbeitia

Lucia Brito Berrizbeitia (San Miguel de Tucumán, 1997) es militante del MPE (Movimiento de Participación Estudiantil) y sommelier autopercibida. Estudia para ser profe de inglés en la Facultad de Filosofía y Letras (UNT) pero pronuncia los anglicismos en tucumano porque la identidad no se vende a las multinacionales. No consume animales.

Ig: @lubritobrrz