Indagaciones inhumanas o las fronteras con lo animal

Por Gabriel Gómez Saavedra

a Jorge Atar Balocco

Ilustración: Pablo Espinoza

Esta colección de poemas recurre todo el tiempo a la identificación con el ser animal para afirmar la identidad lírica. ¿Cómo surgió la necesidad de este abordaje?


La idea viene muy desde afuera de la poesía. Concretamente surgió hace unos meses, cuando empezaron a llegar masivamente los carpinchos a las redes sociales. A mí eso me asombró un montón porque me hizo pensar que la gente estaba encontrando algo en los carpinchos, algo medio misterioso, que le estaba permitiendo, en ese momento, hablar de sí misma o comprenderse a sí misma. Fue la primera vez que me impactó visualizar la zona de contacto que hay entre el mundo humano y el animal, que es una cosa que yo venía pensando, pero que no se me había aparecido tan así, en lo cotidiano. De esa idea más general viene el poemario, de que en los bordes de lo humano y de lo animal hay ciertos puntos que se tocan, hay como una frontera que separa y junta, zona de traspapeleo, identificaciones, deportaciones, frontera que además puede moverse, tanto en las cosas más chiquitas como de una cultura a otra. Después uno se entera que en algunas zonas de India las ratas son sagradas porque en ellas reencarna una deidad, entonces resulta bastante clara la cuestión. Las esfinges, un minotauro, Peppa Pig, el Alma Mula: siempre aparece esa amplia frontera que nos permite darnos sentido, condenarnos, representarnos, etcétera. Por eso yo digo que estos son poema-ensayos, porque en realidad me propuse escribirlos desarrollando esa idea. Para hacerlo, el plan era sencillo: ver y escuchar con atención a la gente e ir recopilando los momentos de lo cotidiano donde se ponía en juego la frontera humano/animal. Ese proceso de escucha ha sido alucinante y además ha marcado el poemario con su oralidad originaria, digamos, lo marcó con la dialéctica de la boca y el oído.


En el libro “Perro de laboratorio” (Corregidor, 1987), de Santiago Sylvester, el yo poético le pertenece a un perro que está sometido a experimentos en un laboratorio. En uno de sus pasajes dice: “La bandeja de pinzas, abierta / como un abanico del infierno, / está a su lado atentamente”. ¿Cómo estaría integrado el instrumental de laboratorio de tu infierno íntimo y de la humanidad en general?


El infierno íntimo es muy difícil de poner en palabras. No sé si sería el instrumental, pero tiene algo así como un gran tambor tallado al cual le pego con las manos o con palitos pero que no suena nunca y de fondo la imagen de un gran foco prendido y una hormiga voladora que le da vueltas, y yo le doy al tambor pero no suena y la hormiga le da vueltas al foco pero no pasa nada, y yo le doy al tambor. El infierno de la humanidad es mucho más imaginable. Pienso en un lugar contradictorio en donde el agua, las zapatillas, el conocimiento, el trabajo, la vivienda, la comida, la conectividad o comunicación y todas las cosas que necesitamos para vivir están como engualichadas por un dios que es contrario a la vida y, al acceder a esas cosas necesarias, lo alimentamos. Parte de su instrumental serían las boletas de agua o un instituto terciario privado.


Leyéndote, uno puede remitirse a las fábulas de La Fontaine hasta el arte y la mitología griega y andina ¿Qué influencias entraron en juego a la hora de trabajar la plaqueta?


Es verdad, están presentes varias formas de narrar. Yo asumo eso como una característica de lo que escribo porque siento que le da un poco de dinamismo al parecerse a una conversación, donde ahí sí pasamos de la mitología a la receta de cocina y nadie se da cuenta. Las influencias que se me vienen a la cabeza ahora son 3. La primera es la obra de Enrique Dussel, un alucinado, el primer filósofo de la historia mundial al que le hacen un atentado de bomba en su domicilio personal, en Mendoza. Hace como sesenta años que dice que en el fondo de todo está la contradicción de la vida frente a la muerte, o sea que si leo es porque vivo, si tenemos un problema es porque vivimos, y así, todo presupone ya que hay una comunidad de vivientes y que la comunidad no quiere morirse. ¿Por qué? La respuesta en última instancia es mítica, es la leyenda, el misterio, la fe no en sentido católico o evangelista sino en el sentido de lo que generó la muerte de Maradona, por ejemplo, el símbolo. Dussel es un pensador latinoamericano. También el libro Borderlands / La Frontera, de Gloria Anzaldúa. Ese libro es como un manual de escritura que convive con el futuro. Y la tercera ya la comenté, las cosas que escuchaba en el día a día. “El cielo está como angustiado”, dijo mi abuela una tarde y se sentó a mirarlo un rato. Sin duda que esas cosas influenciaron.


El poema “sin amor y sin su abrazo / GATOS” me parece el más intimista de toda la plaqueta. Hay un verso: “Un yo desaparecido / le entra al rezo, con tus bigotes cerca mío”, que desplaza la unicidad de la voz que enuncia. Entonces, ¿por qué la figura del gato sería la adecuada para su recuperación y contención?


Es interesante que la cuestión de la contención no es algo que esté dicho en el poema pero sí está flotando como disponible para la interpretación. El poema surge de haber transitado esa situación que se ficcionaliza. ¿Qué hacés en el entierro de tu gato? ¿Cómo te despedís del otro viviente? No sé, podés inventarle un rezo.


De “el silbido del ala / KOALAS” cito el siguiente fragmento: “Un buen poema antes que bueno / será polémico primero”. ¿Qué características debe tener un poema para que sea bueno? ¿La polémica vuelve prescindibles otras características?


Claramente la generalización que hace ese fragmento es falsa y medio una caricatura de la poesía, pero creo que ahí funciona como una pose, una postura que se asume para hablar. La polémica tiene que ver con el sentido común, el lugar común de las cosas, y cuán dispuestos estamos a aceptar o no esos lugares. Yo quiero hablar, no sé, de una pava: ¿pongo “la pava silba como los pájaros”, o conviene algo distinto a ese lugar común, “la pava vomita como los pájaros”, aludiendo a cuando hierve y se le sale el agua, o pongo algo que niegue el sentido común, que no le conceda nada, tipo “la pava vomita desde la rama de un árbol”? Parece medio gracioso con una pava, pero llevado a otros planos es un gran problema que la poesía, el periodismo y la gente en general podemos volver a pensar. Lo que sí creo es que muchos poemas que me gustan tienen algo de esa disputa por el sentido común.

Una característica interesante es el haber elegido obras de poetas tucumanos contemporáneos a vos para extraer los epígrafes (Priscilla Hill, Marco Rossi Peralta y Nacho Jurao). ¿Qué te aportan, como lector, las obras de los poetas mencionados y cómo te percibís, como autor, frente al tiempo literario que te toca transitar en la provincia?


La respuesta a lo primero es muy personal. Hace varios años me di cuenta que para mí no era lo mismo leer un libro cualquiera que leer libros de personas que conozco. Es un sentir muy pueblerino que me encanta. Por algún motivo los libros de amigxs, gente que conozco, quiero, admiro, gente como vecina de un barrio literario, me generan cierto impacto diferente y suelen ser parte de mi motor de escritura. Del libro de Nacho, Al fin, yacer (Gerania, 2019), por ejemplo, tomé varias cosas como disparadoras, y el poema con su epígrafe intenta agradecerle invocando un poco la musicalidad. No importa si está o no a la altura, es una forma de reverencia. Perdón si me pongo muy místico, no soy yo, es el aislamiento. Lo segundo, sobre mi percepción como autor, publico este primer poemario como quien canta una canción en una juntada: con compromiso y con deseo de que, al terminar, alguien diga “salud”. Este tiempo literario tucumano está impregnado de las incertidumbres de este tiempo, pero hay gente que lo apoya y que trabaja para sostenerlo, escritorxs, gestorxs, editorxs, docentes, periodistas, familias, lectorxs, militantes, músicxs, y yo conozco sólo una parte. Ahora, el lugar social que la literatura ocupa en Tucumán sí está más complicado.


En línea con la pregunta anterior, también hay epígrafes de autores cuyas creaciones, en gran parte, fueron desarrolladas para la música popular argentina (Leda Valladares, “Pepe” Núñez, Manuel J. Castilla y El Vislumbre del Esteko). ¿Desde qué lugar dialogan sus obras con la tuya?


En este caso yo los pensaría como otro de los elementos en ese proceso de escucha atenta que acompañó la escritura. Un elemento muy presente. Pasa que al folclore lo han identificado con la tradición, y en Argentina la tradición es valorada negativamente por la mayoría de los sectores progresistas. Se identifica tradición con mandato y mandato con opresión. Es una lectura muy simplista y además, en relación a lo folclórico, es hasta racista porque en nuestra región muchas “tradiciones” de la gente tienen una procedencia cultural racialmente marcada. Es decir, remiten a lo indígena, mestizo, villero, etcétera. Es una lectura 100% importada, no me caben dudas. Claro, lo digital no es tradicional, es de Microsoft. Hay que reinterpretar la categoría de “tradición”, eso sería realmente incómodo para el neoliberalismo. Desde el folclore se puede hacer una crítica al punto de vista de la ciudad moderna, a la clasificación racial de la gente, a la globalización y su concepción del territorio, o a nuestra relación con la naturaleza. El problema es de nuevo el sentido común: cómo evitar el estereotipo.


En la plaqueta está presente la denuncia por la destrucción del ambiente y por el sepultamiento de las culturas originarias. Zoomórficamente, ¿qué forma tendría el dios que sería capaz de brindarnos justicia con respecto a aquellas? ¿Por qué?


Esto es lo mejor que me han preguntado en el 2020, además que en el fondo estuvimos hablando todo el tiempo de una cuestión religiosa o teológica. Sí hay algo, hilando fino, que me interesa diferenciar: no es lo mismo denunciar la destrucción del medio ambiente que conectar con la concepción de la naturaleza como sujeto. Digo “conectar” porque esa es una visión muy antigua, y el poemario, lejísimos de inventarla, sólo la invoca medio ficcionalizada. No sólo hay que deconstruir y deconstruir, también hay que reconectar con algunas cosas, eso tiene mucho potencial crítico en este momento, es lo mismo que con la tradición. Todos los pueblos desde Alaska a Tierra del Fuego han concebido al “medio” en términos de sujeto, como viviente, como Pachamama. Creo que hoy en día tener en cuenta esa concepción es muy necesario para un horizonte de futuro más digno, radicalmente ateo del capital. Hay algo de eso que está latente, podríamos hablar de la indigenización de la vida social, incluso en las ciudades. Y en este sentido, el dios de la justicia fue y será siempre el cóndor.

Gabriel Gómez Saavedra

Concepción, Tucumán, 1980. En poesía publicó la plaqueta Huecos (Ediciones Del Té, 2010), y los libros Escorial (Editorial Huesos de Jibia, 2013) y Siesta (Ediciones Último Reino, 2018).

Colaboraciones suyas han sido incluidas en La Gaceta, Hablar de Poesía, La Papa, Vallejo & Co. (Perú), Iris News (Italia), etc.

Obtuvo el Premio Municipal de Literatura San Miguel de Tucumán - Género Poesía (Región N.O.A.) y fue seleccionado por el Fondo Nacional de las Artes como becario del programa Pertenencia: puesta en valor de la diversidad cultural argentina.

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