La clave está en saber preguntar

Por Marianela Peña Pollastri

a Damián López

Foto: Diego Aráoz

Tu poemario, entiendo, está atravesado por diversas temáticas que se construyen por ese yo enunciador de cada poema. A veces es un yo cotidiano, un yo que vive la paternidad, un yo crítico de la literatura, un yo gordo, un yo que incita a develar aquello de lo que nos avergonzamos o un yo que siempre tiene una buena respuesta, aunque esta sea el silencio.

Al leer casi todos tus poemas termino con una pequeña sonrisa cómplice. Sobre todo, con "empleado público", que podría ser fácilmente robado para ser contado como un buen chiste. Con casi todos, excepto con unos pocos. Uno de ellos, "hasta ahí", me hizo sentir un golpe seco porque parece poner en evidencia que el humor tiene un límite. Y por esto te pregunto, aunque vaya en contra de lo que dice el primer poema, ¿No podemos reírnos de todo? ¿Cómo entendés que funciona ese posible límite del humor?


Fijate qué loco: ese poema está más centrado en el "otro" que en el "yo". Quiero decir: al que se le termina el humor es, generalmente, al que más se ríe, o mejor dicho, al que más se burla (que no es lo mismo).

La idea de todo el libro (espero que se note) es buscar/revelar un impacto (ese "golpe seco"), principalmente en mí mismo. Y creo que por ahí va la cosa: el límite del humor, si es que lo tiene, es uno mismo, y no una "temática".

Patrice O'Neal decía que el humor no se trata de que todo el mundo se ría, sino de que la mitad de la gente se ría y la otra mitad se horrorice. Ese poema, puesto más o menos en el medio del libro, o de una lectura, es eso: el baldazo de agua fría, el sacudón, la trompada que te dice: "¿te creías que es todo risitas, todo canchereo?"

Uno no puede andar por la vida creyendo que está afuera de todo: afuera de la tragedia, afuera de la burla, afuera del estereotipo...

Yo, personalmente, intento calibrar mucho lo que digo en base a cuánto me bancaría que se dijera de mí.

Y creo que este libro anda por ese lado: hacer humor desde mí mismo y hacia mí mismo, no desde el pedestal intelectual en el que se suelen poner los poetas.


Y justo el que le sigue de los ciegos también…


¡Ni me acuerdo el orden, ja! Pero sí, claro. Yo creo que el humor, si está montado sobre la reflexión de este dispositivo cruel (el lenguaje) no tiene por qué tener límites. Capaz que algún día estoy leyendo y se para un ciego y me dice "a mí me violó un tuerto, no tenés idea de lo que estás hablando". Y sí, puede pasar. Ese poema no es una apología del abuso sexual, es un giro lingüístico de un refrán, apuntado a nadie. El del hijo leucémico también: es una ocurrencia.

Yo todavía creo que hay zonas del humor a las que no se les puede atribuir una ideología. Son pocas, muchas menos de las que la gente cree, pero hay algunas.


Hay un poema en el que retomás la famosa dicotomía civilización o barbarie, abordada hasta el cansancio en estudios académicos. En otros, hay una atención por la literatura. Considero que poder reírnos (sobre todo a través de la lectura literaria) nos lleva a, por un lado, tener la posibilidad de entrar en un proceso reflexivo, porque siempre después de la risa nos quedamos con un silencio. Y, por el otro, a desacralizar ciertas cosas sacándolas de esos ámbitos serios y teóricos de discusión. En la risa puede haber algo crítico, algo punzante. ¿Cómo encontrás la relación entre literatura, humor y política?


Justo terminé de leer un libro de Vanoli, "El amor por la literatura en tiempos de algoritmos", donde habla un poco de eso: la literatura es uno de los pocos discursos sociales de los que todavía se espera sinceridad. Pero, al mismo tiempo, es el discurso que menor peso social tiene (y cada vez menos). Y eso, para mí, es terrible, porque la representación que nos hacemos de la realidad está atravesada por lo jurídico, lo periodístico, lo científico, lo académico... y todos esos discursos comparten algo: no punzan. Y cuando punzan, cuando calan hasta el hueso, seguro que hay algo de literario, casi siempre una metáfora.

La poesía y el humor son formas de condensar el lenguaje capaces de atravesar la complejidad discursiva en la que nos hemos ido sumergiendo como sociedad.

Con esto no quiero darle un valor de exclusividad a la literatura, pero tampoco el grado de marginalidad que se le ha (auto)impuesto.

También es cierto que corremos el peligro de ser los bufones de la corte, y que algo cambie para no cambiar jamás.

El poder es una mierda, en definitiva. Ja.

Hay que incluir eso de que el poder es una mierda.


Que todo lo que diga sea usado en mi contra, ¡por favor!


Me pasa que cuando leo análisis de este estilo, me duelen. Pero me gustan.


A mí si no me duele no me sirve. Suena recontra jipi, y me patearía a mí mismo por eso, pero es así.


Me interesa el tema de los estereotipos que marcabas al principio, que no se puede huir de ellos. ¿Con cuáles estereotipos sentís que fuiste señalado a lo largo de tu vida y cómo fue esa experiencia? (Y acá te cito: “dale, contá…”).


El gordo, obviamente.


Se terminó aplicando lo que dijiste, todo lo que digas va a ser usado en tu contra.


Me encanta.

Hay una anécdota con mi viejo: yo, cuatro años, parado en el comedor de la casa de mi abuela, que no paraba de referirse a mí como "el gordito", diciéndole "¡gordito las pelotas! ¡Yo me llamo Damián”!

Ya que nos estamos poniendo personales, largo ya el rollo ("rollo" obviamente, porque forever gordo) que tengo con mi nombre. A mí no me gustan los apodos, porque el mío siempre tiende a ser "gordo". Tampoco me gusta demasiado mi nombre, pero me gustan menos los diminutivos o los recortes. Odio que me digan "Dami". Por eso a nadie le digo otra cosa que su nombre, enterito, salvo que ellos mismos hayan asumido otra forma de ser nombrados.

¿Otros estereotipos?

El disconforme, el cara de orto inaccesible, el demasiado zurdo para ser católico, el demasiado católico para ser artista... No sé si son estereotipos, pero sí siento que son casillitas en las que me han puesto.

Creo que este libro (y otro en el que estoy laburando) son intentos de separarme de esos estereotipos, o de desarrollarlos quinta a fondo, o las dos cosas.


Justo te iba a preguntar sobre eso último que señalás... Porque mi lectura es que hay una poetización sobre algunos estereotipos y te quería preguntar cómo es eso de usarlos dentro de tu poética.


Esto tiene que ver con una postura de escritura, te diría: de repente me pudrió leer poesía (de autores "consagrados" y manuscritos que me llegan a la editorial) donde el poeta es el héroe o la víctima, que son dos caras de un mismo protagonismo. Entonces empecé a escribir poemas (ficcionales, por supuesto) donde el "yo" es más precario, desagradable incluso. Mi atención, como poeta, está en el hecho estético, en todo caso, no quiero que me haga falta parecer lúcido, sensible, valiente, sufrido, y todo eso. Creo que eso también está vinculado con el humor: en el humor te puede causar gracia algo que te da asco, o bronca, o miedo. Yo quisiera (no sé si me sale todavía) explorar la tensión que se genera en un poema bien escrito sobre un "acontecimiento" no tan "positivo".


"Me río para no llorar". ¿Te sentirías identificado con esta frase?


Creo que reírse para no llorar es un acto de cobardía, de correrle el culo a la jeringa. Y un acto de soberbia: yo no puedo decidir si lloro o me río.

Sí creo que hay que reírse de lo que una vez nos hizo llorar, no por "superados", no por minimizar lo que pasó, por restarle importancia, por burlarnos de lo que alguna vez nos hizo daño. Hay que reírse de lo que nos hace llorar porque nada en el mundo debería ser tan poderoso como para quitarnos la alegría.

La risa, muchas veces, es una respuesta del cerebro a algo que el cerebro no puede procesar, a las incoherencias del mundo. Un mecanismo de defensa ante el caos.


"El humor es algo serio". ¿Y con esta?


Para mí todo es algo serio. Serio para mí o para alguien más, y eso hay que recordarlo siempre cuando uno quiere hacer humor (y por eso no me gusta el humor que se basa en aspectos físicos, por ejemplo). Por otro lado, di algo aprendimos de Les Luthiers es que el humor puede ser un mecanismo de relojería. Además, creo que para ejercer algo hay que trascenderlo. Un poeta no escribe sobre su sufrimiento mientras sufre (y si lo hace, suele escribir pésimos poemas). En ese sentido, yo no creo que algo me tenga que causar gracia para que cuando yo lo diga le cause gracia a otro. Si no, mis hijos no se reirían conmigo, mientras les repito por trigésimo quinta vez un chiste que me pareció una estupidez desde que lo aprendí. Y eso no está mal, creo.


¿Existe una libertad en el acto de reír? ¿Y en el acto de escribir poesía?


Fijate lo que me pasa: para mí la libertad es siempre saber por qué. Yo estoy en contra de la ceguera militada. Si te ponés tal camiseta, o comés (o no comés) tal cosa, o acusás a alguien de algo, tenés que saber por qué. Uno no puede ser libre sin conocer y asumir sus propias contradicciones, los discursos que nos construyen (y nos sujetan). Pero con el humor, me pasa otra cosa: me cago de risa sin saber por qué. No importa el grado de sofisticación, hay cosas que me causan gracia. Es una libertad sin explicaciones. Con la poesía no. Con la poesía el goce viene del conocimiento, cuando leo y cuando escribo. Es una decisión: el poema es un mecanismo. No creo que la espontaneidad sea algo valorable por sí mismo. Por supuesto que es una libertad escribir poesía, pero no porque crea que estoy "exorcizando" algo. Es libertad porque es una relación plena con el lenguaje, de servidumbre y de control. Con el lenguaje me permito ser vulnerable y sádico, digamos. Un ratito cada uno, primero él, siempre. Eso sí es libertad, ahora que lo pienso.


Marianela Peña Pollastri

Nació en 1997 en La Rioja, donde actualmente vive. Es estudiante de la Licenciatura y el Profesorado en Letras (UNLaR). Forma parte del equipo del proyecto de investigación «Cuerpos, marginalidades y memoria histórica: aproximaciones a las construcciones discursivas de las dictaduras en la literatura latinoamericana contemporánea» (UNLaR). Se desempeña laboralmente en la Dirección de Innovación Cultural de la Secretaría de Culturas de la Provincia. Coordina talleres literarios virtuales desde la Tienda de Libros y Discos de la misma Secretaría. Desde 2016 forma parte del espacio FiloCafé La Rioja, donde ha realizado diversos eventos y propuestas culturales. Posee una cuenta de difusión y promoción literaria en Instagram.

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