Peter Capusotto y sus videos: una investigación imaginaria pero con respuestas útiles

Jorge Atar Balocco

Foto: Diego Aráoz

Tesis 1: el humor

Sobre la ficción y el humor

A la arquitectónica construcción de Peter Capusotto y sus videos la llevan a cabo Pedro Saborido y Diego Capusotto, tanto en la creación de personajes, como en los guiones, en la mirada para armar cada programa, etc. Y qué rara que es su suerte. Como mucha gente sabe que ellos son los arquitectos, a los dos les pasan constantemente cosas como esta: invitan a uno, por ejemplo a Diego, a dar una charla en una facultad. Él llega, se sienta y arranca. Responde preguntas y cuenta anécdotas. Analiza procesos o juzga distintas formas de ejercer la palabra en un medio de comunicación masivo. Todas cosas aparentemente serias. Pero con todas y a cada momento, el público se ríe. Capusotto no está ahí haciendo humor ni tira guiños chistosos a cada frase. Solamente está diciendo lo que piensa, por ejemplo que para él el humor no es perverso sino más bien promiscuo. Y la gente se ríe.

Una concepción muy clara de su oficio les permite, en vez de entender esas risas como un “nos toman para la chacota”, percibirlas como un efecto de su trabajo. Diego ha sido muy preciso en este sentido: “para mí esto finalmente sucede porque lo que resulta de lo que nosotros hacemos en el imaginario de la gente es algo que es inabarcable y que yo desconozco también (...). Después, bueno, si hay alguien que necesita de vos que seas ese personaje contínuamente y que lo hagas reír en cualquier momento de la vida, no entendió el juego. Es cuestión de explicárselo con buenos modales”. Y más adelante remata: “yo jamás vengo como personaje gracioso”[1].

El núcleo acá es la palabra juego, que se refiere sin dudas a la vieja (pero no tan confiable) cuestión de la ficción, es decir, a la convención de que ahí se está contando una historia y que quienes aparecen en ella no son personas sino personajes enmarcados en el desarrollo de un relato, más precisamente de un sketch. Lo que hace esta convención es establecer una cierta distancia o diferencia entre planos, así como dos registros para la interpretación. Por eso Diego va a hablar del espacio de “el personaje” y el espacio de “el no-personaje”[2], y va a decir que algo que “en el plano de lo real” puede ser trágico –como que alguien vaya bailando en un carnaval carioca y de repente se clave un cuchillo, pero a su alrededor todos sigan bailando–, visto desde el punto de vista ficcional, probablemente, si está bien contado, si está bien actuado, te haga reír[3].

La “ficción humorística” o “humor ficcional” es una nota característica de Peter Capusotto, y no tendría mucho sentido ver el programa tratando de comprobar cómo ahí se describe o aparece una realidad preexistente. Más bien conviene tirar la pregunta, a veces trágica, de por qué la ilusión de realidad que genera es tan fuerte[4]. Cuando la gente se ríe de Diego o Pedro al escucharlos en una charla, lo que se pone en juego es precisamente la complejidad de la frontera, tan frágil como espesa, que separa un espacio -el del personaje y la ficción- del otro -el de la persona y su vida-. Y no creo que este sea un tema menor, ya que la tensión que se vive permanentemente en esa frontera entre ficción y vida traza una de las líneas principales de la historia de la literatura, la política o el humor.

Sobre la frontera entre vida y ficción

¿Pero acaso no es todo el humor ficcional? Si revisamos algunos de los programas de humor más difundidos en nuestro país desde hace algunas décadas, aparece el dato curioso de que estos intentan achicar o hasta negar la dimensión ficcional que puede tener el humor, acercando siempre el espacio del personaje al de la persona, superponiendo los dos registros. Pienso en Tinelli, particularmente en el segmento de las cámaras ocultas que protagonizaban Listorti y compañía. Ahí la base para que la cosa funcione era que la persona que caía en “la joda” perciba como no-ficción aquello que le estaba pasando; caso contrario, si se daba cuenta que se trataba de una joda, el segmento fracasaría. Hacia el final se le revelaba a la víctima: “esto es una joda para Videomatch”, y así el sufrimiento que se acababa de vivir recobraba su carácter ficcional, pero, peor todavía, Videomatch como programa se instauraba entonces como el espacio de la no-ficción. La joda era lo ficticio, lo actuado, Videomatch era lo real, la vida.

La pregunta es, en realidad, cómo plantea y maneja cada programa la frontera entre el registro de lo ficcional y el de lo real. Y pienso ahora en cuando hay personajes que se ríen en escena. Programas como Casados con hijos o algunos sketchs de Olmedo como “El dictador de Costa Pobre” son ejemplos de un tipo de humor que, durante un pasaje de climax, muestra a sus actorxs tapándose la cara para disimular una carcajada o dándonos la espalda para esconderla. El efecto de sentido de esto es sencillo: entendemos que ellxs también captan el metamensaje con el que el humor funciona, es decir, entendemos que se sitúan en la posición interpretativa de espectadorxs. ¿Y qué decir de esta frontera en el formato Reality (dícese de la realidad) Show (del espectáctulo, la ficción), basado precisamente en la confusión de los dos registros?

En cuanto a la relación entre realidad y ficción, el linaje de Peter Capusotto y sus videos es otro. Dice Pedro: “Creo que [el humor] es de los momentos más interesantes de la vida, porque te soltás, entonces es un momento maravilloso, porque se paran todos los sentidos, se para la lógica, se para la razón, se suspende todo”[5]. Dice Diego: “lo que te hace reír es la sorpresa, siempre. Nunca te hace reír un relato lineal (…). Hay signos de la realidad que marcan que hay cosas que son casi como inmodificables. El humor como juego te permite que eso, que aparentemente es inmodificable, no lo sea, y pueda ser cualquier otra cosa”[6]. Y dice Freud: “el humor quiere decirnos: ¡mira, ahí tienes ese mundo que te parecía tan peligroso! ¡no es más que un juego de niños, bueno apenas para tomarlo en broma!”[7].

Pero, guarda, tanto juego y disparate puede traer problemas, por lo menos cuando se hace un programa de televisión. Por eso la pregunta más frecuente que les hacen es sobre los límites del humor, a la que Diego da una de esas respuestas obvias pero profundas: “para nosotros el límite es lo que no nos hace reír”[8]. Se tenía que decir y se dijo: la risa es el principio fáctico del humor, aunque no su último horizonte.

La propuesta del programa tiene menos que ver con el linaje del “humor político” de Enrique Pinti, Tato Bores o Alberto Olmedo que con el absurdo y el disparate de María Elena Walsh o Lewis Carroll y su Alicia en el país, o el grotesco existencialista y su risa agridulce. “A mí el humor político no me gusta. Me gusta como consecuencia de un lenguaje más extenso que eso, digamos. Tampoco nosotros hacemos humor político, digo, no tenemos una agenda de lo político para hacer humor a partir de ahí. Lo político es tocado dentro de un gran relato, como se dice hoy habitualmente (...), en donde lo político interviene en nosotros porque somos ciudadanos”[9]. Si Peter Capusotto no es humor político sino un “humor ficcional”, dijimos, porque no intenta, como la mayoría de los programas humorísticos de televisión, superponer el registro de la vida con el de la ficción, pero en él igual e inexorablemente interviene lo político por la sola condición de ciudadanía de sus realizadores, entonces ¿cómo plantearnos y analizar la presencia de lo político en esta ficción?

Tesis 2: lo político

Sobre el rock y la crítica

Más de una vez Juan Falú ha expresado una idea que es sumamente interesante para pensar nuestra cultura. “El rock, hoy, es la música del sistema”[10]. Su argumento es complejo y convincente, yo cito acá solamente la idea central. Es que el rock tiene algo así como un pecado original: cuando se empieza a desarrollar en muchos países del mundo (incluido nuestro rock nacional), lo hace en el marco del impulso de globalización de la industria cultural anglosajona en décadas decisivas de la Guerra Fría. Esto no impidió que sobre la marcha muchxs artistas redimieran al rock, convirtiendo ese impulso en algo distinto, casi opuesto, esto es, haciéndolo una forma de crítica del sistema.

El panorama histórico, a grandes rasgos, es que en los sesenta y setenta esas dos pulsiones se viven como una intensa disputa, tanto al interior del rock como en el conjunto de la sociedad. Desde los ochenta en adelante, la globalización y su Dios –el mercado–, gracias a su Guerra Santa –las Dictaduras–, empiezan a ser los claros vencedores. Sin embargo, aunque hoy marginal en la totalidad de la producción rockera, la visión y acción crítica persisten. Históricamente esta tensión ha sacado chispas, y así podemos encontrar, por un lado, la gran popularidad que le dio a Muchacha ojos de papel musicalizar la publicidad de la empresa textil Estexa, y por otro lado, el manifiesto que se repartía en la presentación del disco “Artaud”, donde se definía al rock como “música dura, la suicidada por la sociedad”.

Quien haya visto algún capítulo sabe que “Un programa de rock” es el subtítulo de Peter Capusotto y sus videos, pero a priori, de acuerdo a nuestro panorama, eso no nos garantiza nada sobre su sentido. El mismo enigma nos lo plantea la clásica voz en off del programa: “Qué es el rock? Es un animal salvaje? O es un animal domesticado? O qué es el rock? Quizás el rock es un animal que alguna vez fue salvaje pero luego, poco a poco, se fue domesticando. Y si antes devoraba a sus presas, hoy, finalmente, termina alimentándose con los modales propios de alguien civilizado, eso que el rock, alguna vez, quiso dejar de ser”[11]. Hay muchas pistas, en muchos capítulos, que pueden entenderse como una toma de posición: “El rock vive señalando lo que no le gusta. Vive diciendo qué está bien y qué está mal. El rock impone uniformes a sus ídolos y a sus fans. El rock no soporta lo que no es rock, y si puede lo ataca. El rock constantemente habla de sí mismo y tiene un reglamento en donde declara qué es rock y qué no es rock. Por eso el rock no se lleva bien con la policía, y es porque se parecen demasiado”[12]. Hacer un programa de rock como “música dura”, que sea crítico del sistema en el siglo 21, significa criticar también aquello en lo que el rock se ha convertido.

Sobre la crítica y el rock

Todo lo político acontece y puede ser situado en alguna de estas tres constelaciones[13]: 1) el orden vigente (por ejemplo, la impunidad de los genocidas); 2) el momento mesiánico de ruptura o crítica de la totalidad vigente (el Nunca Más); 3) la creación de un nuevo orden (el juicio y castigo). El rock de la globalización al que hace referencia Falú como música del sistema se ubica sin dudas en la constelación 1. El rock como música dura, en cambio, en la constelación 2. “Suicidada por la sociedad” quiere decir que se sitúa por fuera de lo establecido, que se le opone, en el sentido de que lo niega. Hagamos memoria ahora: “El humor como juego te permite que eso, que aparentemente es inmodificable, no lo sea, y pueda ser cualquier otra cosa”. El rock además de música es una forma de la mirada que se asume estructuralmente en Peter Capusotto y que permite poner en cuestión el orden vigente.

Algún día de post pandemia, un grupo de amigues podría juntarse y hacer una maratón de Capusotto proponiéndose seguir el hilo de cuáles son algunos de los temas o zonas de la realidad que aparecen más problematizadas. En mis maratones amigueras hemos detectado varias:

1. El mercado como fundamento de la producción artística y sus peligros (sobre esta y otras tensiones afines pueden verse los sketchs de “Luis Almirante Brown”).

2. Las estrategias de la ideología mediante las cuales sobrevive, se disimula con “eufemismos” y finalmente puede legitimarse la violencia material y simbólica en nuestro país (es decir, las formas en las que se miente con el ropaje de la verdad, como ha dicho un filósofo. Por ejemplo en el sketch “Conflicto Social”, sobre un socialdemócrata dialoguista).

3. La construcción de opinión pública en los medios masivos de comunicación (por ejemplo en Claudio Tepongo, un periodista sagaz). Sobre este punto, además, cobra un sentido político el “humor ficcional” del que hemos hablado, en la medida en que nos advierte sobre su opuesto, es decir, sobre el peligro de aquellos programas cuyo estatuto ficcional o real no queda nunca esclarecido; pertenecientes al linaje del Reality Show, estos programas comparten el espacio experiencial de las noticias falsas (“fake news” les dicen ahora) y el terraplanismo.

Por otro lado, el entramado polifónico del discurso también caracteriza a Peter Capusotto. Esto no es estrictamente un tema o zona de la realidad sino más bien un procedimiento de construcción estética en el que las distintas voces y actores sociales que aparecen mantienen la tensión entre sí, se muestran, como en la realidad, en conflicto, y no hay una que prevalezca u organice según su punto de vista lo que las otras dijeron. Pongamos el sencillo caso de lo ajeno a la lógica del programa que sería que, después de que Violencia Rivas le pegue a sus mascotas, saliera un activista del movimiento de liberación animal a aleccionarnos de lo perverso que ha sido ese acto.

Mención aparte merece el personaje de Micky Vainilla y su relación con la cuestión de la clasificación social. La profundidad en la construcción de este personaje reside en que, en vez de hacer una diferenciación chata entre “clases sociales”, pone en escena que en América Latina el criterio básico de clasificación de la población, además del género, es la raza. Micky Vainilla no es un nazi de la SS que quiere limpiar racialmente Alemania. Micky Vainilla tiene bien puestas las coordenadas en el mapa, por eso remite a un conflicto que tiene cinco siglos de duración en América Latina: los pobres son, mayoritariamente, sujetos racialmente “marcados”, son las negras, los mestizos, lxs indígenas. La cuestión de la piel, de lo que la piel dice de nuestro lugar en la historia, ese es “el hallazgo” en la construcción de Micky Vainilla, por eso canta: “Pero hay algo que me hace el bocho / tengo al lado bailando a un morocho / Yo nunca hago diferencias / pero el morocho me molesta / El morocho no es extraño / si en la disco es quien limpia el baño”. La relación que plantea entre raza-pobreza es contundente. Según Micky, “es una cuestión de piel”.

Visto así, no es casualidad que con este personaje los autores se pongan acertada y necesariamente metafísicos o teológicos y empiecen a hablar de conceptos abstractos como el Mal: “Micky Vainilla sí, es un nazi, pero no es un tipo de la SS porque no queremos ser tan obvios. Queremos que el horror, como es finalmente en el plano de lo real, esté disfrazado de otra cosa, entonces es un cantante de pop (…). Es un tipo que se hace el boludo, como el verdadero mal. El mal, digamos, se hace el boludo, no se presenta como mal, se presenta precisamente como algo organizado, como algo eficiente, como algo dialoguista”[14].

El sentido político crítico de los aspectos comentados no surge de ellos “en sí mismos” sino del lugar que ocupan entre las constelaciones de la política. Si Peter Capusotto y sus videos es un programa de rock, es porque en él persiste la pulsión de la música dura, el rock como la crítica del orden vigente. En ese sentido, mercado, estrategias ideológicas de engatusamiento y construcción de opinión pública son la trinidad neoliberal santificada de la que, en clave ficcional, el programa se caga de risa. Y eso no salvará al mundo pero pega en el palo, o bien, por lo menos lo niega como sagrado. Hay que sospechar entonces: si a veces al mirarlo sentimos que el efecto de verosimilitud es muy fuerte, o si nos irrita alguna de las cosas que ahí se dicen sin matizar, eso es más un problema de la realidad que un problema de la ficción.















[1] Dos solos, entrevista de Gastón Pauls a Diego Capusotto. Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=_YrMxWRXmjM



[2] Idem anterior.


[3] Masterclass. Diego Capusotto, en el Taller de Teatro Stefani. Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=pmtLxw9kQz0&t=4460s

[4] Esta reflexión surge de la lectura de la entrada “El discurso de la ficción”, del Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje (Ducrot, O. y Todorov, T: 1974: 301-305, Siglo XXI, Buenos Aires. Disponible en pdf).



















[5] Cosas de locos, entrevista de Dalia Gutmann a Pedro Saborido. Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=wiDYwgE-jOw

[6] Masterclass.

[7] Freud, S. (2003): “El humor” [1927], en Obras Completas, T. 3, p. 3000. El Ateneo, Buenos Aires.

[8] Masterclass.






[9] Diego Capusotto. Disponible en https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/capusotto-no-me-gusta-el-humor-politico-nid1502120/




[10] Juan Falú en la FHAyCS (Facultad de Humanidades, Arte y Ciencias Sociales, Universidad Autónoma de Entre Ríos). Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=dnSPqb-AxqM













[11] Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=alWYposoK7g



[12] Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=yWFgao-0M6I


[13] Dussel, E. (2019): Hacia una nueva cartilla ético política, cap. 3: “Las tres constelaciones de la política”. Disponible en https://www.escuelaformacionpolitica.com/uploads/6/6/7/0/66702859/nueva_cartilla_%C3%89tica._ap%C3%A9ndice.pdf




































[14] Masterclass.

Jorge Atar Balocco

Nació en 1995 en Tucumán. Criado en el barrio Ciudadela, fue un aficionado a los deportes y un amante del skate. Actualmente trabaja de pollero y estudia Letras en la UNT. Es miembro del grupo musical Punk Casero y editor en La Cimarrona Ediciones. Afortunadamente carece de Instagram.

Fb: Jorge Atar