Homosexuales eran los de antes: un recorrido histórico

Gerardo van Mameren

Ilustración: Gri Leo
Número 4 l Historia l La pregunta que nos hacemos es si las maricas, las tortas, lxs trans existimos desde siempre. Pensemos, como buenxs hijxs de la posmodernidad, en cómo nos autopercibimos, en qué palabras usamo

Antes no existían los putos

Probablemente escuchamos alguna vez expresiones poco agradables de personas que afirman que “antes” o “en su época” no había putos, lesbianas, travas o trans. O que por lo menos no había tantos. Seguramente nos hemos indignado con quienes las dijeron y les explicamos (si estábamos de humor), más o menos didácticamente, sobre cómo las disidencias sexuales existimos siempre, pero desde los últimos años venimos disputándole al hetero-cis-patriarcado su hegemonía sobre nuestras identidades y cuerpos, dejando de vivir nuestras sexualidades en la clandestinidad y comenzamos a visibilizarnos. Por eso antes tenías que irte al “boliche gay” para encontrar un grupo de maricas y ahora brotamos de la tierra como margaritas.

Dejemos a un lado el sentido peyorativo de este tipo de frases que suelen venir de quienes, más que proponer una conversación sobre el tema, evidencian que les incomoda que vivamos nuestra sexualidad libremente. Si nos corremos por un momento de la discusión más cotidiana, me la jugaría y diría que tienen razón. Antes no existían los putos. Ni las tortas. Ni las travas. Ni lxs trans.

Pensemos, como buenxs hijxs de la posmodernidad, en cómo nos autopercibimos, en qué palabras usamos para nombrarnos, y por qué. Preciado dice que “detrás de cada palabra hay una historia, como detrás de cada historia hay una batalla por fijar o hacer mudar las palabras”[1]. Hagamos un poco de historia. Demos esa batalla.

La pregunta que nos hacemos es si las maricas, las tortas, lxs trans existimos desde siempre. Y como todas las preguntas que nos hacemos, siempre hay gente que se las hizo antes y las respondió mejor que nosotrxs. A fines de los 80, tuvo lugar un debate entre historiadores sobre los orígenes de la homosexualidad. La interpretación más sencilla, según Mariela Solana[2], diría que se opusieron dos visiones. Una, representada por John Boswell, fue calificada como esencialista porque concibe a las identidades como fijas a lo largo del tiempo, a pesar de estar mediadas por diferentes contextos. Por otro lado, la construccionista, representada por David Halperin e inspirada en Foucault, considera que las categorías identitarias responden al contexto de emergencia que les da sentido.

Boswell supone que siempre existieron hombres que se sintieron atraídos sexualmente por otros hombres en todas las sociedades a lo largo del tiempo, por lo que afirma que existieron homosexuales en la antigüedad y en el medioevo. Mientras que Halperin considera a la dicotomía homosexual/heterosexual como un invento reciente de la modernidad que sólo tiene sentido en el contexto en que se produjo, entonces no podemos decir que existieron homosexuales en sociedades pre-modernas. Reconstruyamos los términos del debate, a través de algunas etapas y lugares de la historia, agregándole un poco más de información y condimentos que lo hagan más sabroso.

Ningún griego nace trolo

Nos remontemos a la Antigüedad griega, el ejemplo que nos permite decir livianamente que la homosexualidad existió siempre y que hubo sociedades tolerantes con la diversidad sexual, ya sea porque lo vimos en “Alejandro Magno” y Colin Farrell nos convenció, o porque leímos sobre Safo y la isla de Lesbos, el paraíso para cualquier lesbiana de los 90/2000.

Sin embargo, en la Grecia Antigua no existían los términos heterosexual/homosexual o equivalentes. Esto, que para Boswell no es un problema, sí lo es para Halperin porque la inexistencia de estas categorías demuestra que las relaciones sexuales estaban reguladas por otros parámetros. Las prácticas sexuales en esta sociedad no tenían el carácter de una relación recíproca que produce una identidad. Tampoco los límites de lo permitido y lo prohibido dependían de una división binaria del sexo. Las relaciones homoeróticas no se daban “entre hombres” sino entre un adulto y un joven. La edad (y para ello tener barba era un indicador importante) determinaba el rol que adoptaba un hombre en la relación sexual con otro hombre: el adulto era el activo y el joven el pasivo. Esto que Halperín llama “asimetría erótica” se aplicaba para cualquier relación sexual: un ciudadano libre podía penetrar sexualmente a muchachos jóvenes, mujeres, esclavos o extranjeros.

¿Qué nos dice esto según los construccionistas? Que para lxs griegxs el sexo era una relación de poder donde se reflejaban y se reproducían jerarquías sociales. La penetración era un acto que se ejercía sobre otrxs sujetxs inferiores en la jerarquía social. Entonces, cuando Alejandro se cogía a Hefestión, ninguno de los dos estaba siendo homosexual. Alejandro estaría reafirmando su poder como emperador, y como noble, por sobre su general menor que él (parecido a lo que siente tu sugar daddy cuando te busca en el auto para cogerte en su departamento en Barrio Norte). Y no tenemos pruebas, pero tampoco dudas, de que la relación entre Safo y sus discípulas habría tenido un significado similar. El sexo en la Grecia Antigua no representaba una identidad sexual, sino que reafirmaba los roles de cada unx dentro de la jerarquía social.

Ilustración: Gri Leo

Hay de todo en la viña del señor... Menos sodomitas

En una sociedad que es concebida como un orden natural y trascendente creado por Dios, cualquier acto que atente contra la palabra de Dios es un crimen o un pecado. Así tenemos que entender a la sociedad de la Edad Media europea y a la sociedad colonial latinoamericana, donde la religión católica detentaba el poder normativo para integrar y disciplinar las conductas. De ahí que la justicia era fundamental, porque restituye el orden divino. Las fuentes de justicia eran la doctrina eclesiástica y la jurisprudencia de teólogos y juristas, sobre las que se argumentaba para juzgar aquellos pecados/crímenes que obstaculizan el plan divino de la creación.

Masturbarse, el sexo anal, petes, la tijera, cunnilingus, dildos, una buena lamida de orto. Todos son actos que no buscan la reproducción, sino que tienen por único objetivo el placer. Y el placer no está entre los planes de Dios. Estos actos entraban dentro del pecado de sodomía, que desde el siglo XIII fue el más abominable de los crímenes: pecado nefando, pecado contra natura, crimen contra Dios. Las relaciones sexuales entre hombres o entre mujeres atentaban contra el orden, por lo que merecían ser castigados (a menos que sean pecadores de alto rango, como algunos reyes y príncipes que parece que a ellos no se les notaba tanto, o será que los privilegios de clase te tapan las plumas).

Una vez cumplido el castigo, el pecador quedaba liberado del pecado. Podía persistir el estigma (muchos juicios por sodomía tenían que ver con disputas políticas, tratando de manchar la reputación del acusado y su familia), pero el delito estaba pagado. Si el sodomita era condenado a castigos físicos, una vez que los recibía, había pagado por su crimen, no era más un sodomita. Si era condenado a la hoguera, su alma se purificaba con las llamas y quedaba libre de pecados, ganándose su terreno en el más allá.

En la Edad Media y en la sociedad colonial el sexo entre hombres o entre mujeres tampoco llevaba consigo la atribución de una identidad. Eran actos que no producían identidades. En tanto se los concebía como crímenes, los castigos que se les infringía tenían un sentido disciplinador y moralizante hacia todo el cuerpo social. Y para quienes los recibían, tenían también un sentido liberador. Alto cringe, pero viéndolo así comprenderemos por qué la sodomía no era una categoría identitaria. Darle una identidad a lxs pecadorxs habría significado concederles un lugar en la sociedad, y por lo tanto, en el orden creado por Dios. Había que liberarlos del pecado para garantizar la salvación de su alma.

La homosexualidad sí es una enfermedad

El siglo XIX, que es el siglo de consolidación de los Estados-nación modernos y del capitalismo a nivel mundial, es también el del triunfo de corrientes de pensamiento que influyeron fuertemente en la manera de concebir a las diferentes culturas y sociedades, como el positivismo, el evolucionismo y el higienismo. Los Estados tenían que controlar y dominar a la población y encontraron en estas corrientes de pensamiento su inspiración y las herramientas para hacerlo. Las elites de las sociedades occidentales se obsesionaron por contar, medir y clasificar el mundo, en todos sus aspectos. Fue su manera de apropiarlo, dominarlo y disciplinarlo. Fue el auge de las ciencias y su uso para cimentar relaciones desiguales de poder.

El racismo encontró su justificación en el darwinismo social y avaló a lxs europexs a someter a las sociedades africanas. La división del mundo en los opuestos humanidad/naturaleza creó las aguas de las que abrevó el especismo para sostener y perfeccionar la explotación animal. Las relaciones capitalistas de producción cristalizaron las desigualdades materiales y la división de la sociedad en clases. El higienismo trasladó las categorías de la medicina para clasificar y jerarquizar los cuerpos y las mentes entre normal y patológico, entre sano y enfermo, a las relaciones sociales.

Bajo este paradigma, la ciencia relevó a la Iglesia en su poder de controlar y regular el sexo. Un poder que se basaba, más que en la capacidad de reprimir, en la de producir discursos que sean aceptados como verdades. Así, la sexualidad se consolidó como un dispositivo de poder-saber que crea, produce y regula el sexo por medio de discursos. Se establecieron los parámetros de lo lícito, lo normal: el sexo para la reproducción dentro de los límites del matrimonio, y lo ilícito, lo anormal: las sexualidades identificadas como perversiones, condenadas al silencio y a la clandestinidad[3].

A fines del siglo XIX, psiquiatras y psicólogos europeos y latinoamericanos comenzaron a estudiar exhaustivamente las causas y las manifestaciones de conductas y comportamientos sexuales considera- dos anormales, clasificándolos y creando categorías que definían a las personas que los realizaban: invertidos sexuales, uranistas, homosexuales.

En sintonía con lo que plantea Halperin, la novedad con la invención del término homosexual en la modernidad es que ahora el deseo sexual define una identidad. Con la modernidad se impone una representación del sexo y el deseo centrada en la genitalidad, estableciendo fronteras binarias entre hombres y mujeres. Ahora sí, cuando Federico García Lorca cogía con Rafael Rodríguez Rapun, estaban siendo homosexuales (aunque dicen las malas lenguas que Rafael era bisexual y engañaba a Federico con mujeres). Si eras homosexual posiblemente terminabas en el consultorio de algún psicólogx o psiquiatra intentando curarte, porque si eras homosexual eras perverso y enfermo. Lo mismo que piensa tu tía facha cuando te ve los 25 de Diciembre.

Así comienza a cristalizarse lo que Butler llama la heterosexualidad obligatoria y la relación necesaria entre sexo-género-deseo[4], pero que nosotrxs le decimos hetero-cis-patriarcado, más cortito y claro para las historias de Instagram.

Soy puto, ¿y qué?

En ese proceso quedaron claramente delimitadas identidades hegemónicas e identidades subalternas[5]. La identidad heterosexual se convirtió en hegemónica porque fueron lxs propixs sujetxs identificados como heterosexuales quienes ejercieron el poder de nombrarse a sí mismxs y representarse como la norma, al mismo tiempo que crearon identidades subalternas opuestas a la suya, sometidas por medio de prácticas y discursos profundamente violentos. Al normalizar y volver cotidianas estas prácticas, el homo-lesbo-trans-bi-odio se convirtió en una práctica estructural de la sociedad. Los estereotipos, la burla, el chiste, la agresión verbal y física, el rechazo de la familia, de lxs amigxs, el acoso en la escuela, en la familia, en la calle, en el trabajo, la persecución de las iglesias, infundir temor, vergüenza, la humillación, el tratamiento psiquiátrico, el asesinato, el suicidio. Todas fueron (¿y continúan siendo?) poderosas estrategias de disciplinamiento para reprimir a las identidades disidentes y mantenerlas en la clandestinidad.

Así es como la sociedad heterosexual creó al puto. Un insulto que representaba una identidad y todo lo que los padres no quieren para sus hijxs. Y en la misma bolsa estaban el gay, el trolo, el maricón, el travesti y el trava, la torta, la tortillera, la lesbiana, la machona, el afeminado, la mariquita, el bisexual, el transexual y la puta.

Preciado considera que “la historia política de una injuria es también la historia cambiante de sus usos, de sus usuarios y de los contextos de habla”[6]. En un proceso que comenzó en los años 60 en algunos países y que tuvo un efecto dominó en parte del mundo occidental, la historia dio un giro. Las injurias cambiaron de uso, de usuario y de contexto. Aquellos colectivos que habían permanecido en el lugar de la injuria y de la vergüenza, se levantaron y asumieron el derecho a crear su propia identidad[7].

“Soy puto ¿y qué?” sería una posible versión de “We are queer, we are here”. Resignificar esas identidades creadas para condenarnos y asumirlas como propias fue el primer paso para arrancarle al hetero-cis-patriarcado el derecho a nombrarnos y a construir colectivamente nuestras propias existencias. El puto, la torta, la trava “había(n) dejado de ser una injuria para pasar a ser un signo de resistencia a la normalización, ha(n) dejado de ser un instrumento de represión social para convertirse en un índice revolucionario.”[8]

Una orgía de identidades

La historia de los últimos años y el contexto actual me generan más preguntas en la cola que respuestas de la pija. Por eso voy a vomitar lo que se me ocurre en relación a algunos parámetros con los cuales construimos nuestras identidades como disidencias sexuales. Tengo la impresión de que estamos viviendo un período donde todos los días surgen categorías nuevas, o se resignifican las viejas, que se complementan con otras nuevas… Al mismo tiempo que aspiramos a dinamitar la necesidad que nos impuso el cistema de identificarnos. Sería muy chanta de mi parte decir que estamos en una etapa de transición, pues no existen estadios ideales de la historia (siempre estamos dejando de ser algo para ser otra cosa), prefiero decir que estamos viviendo en una orgía, una bacanal de identidades en la que “hay de todo”.

Lo primero que se me viene a la mente es una diferencia gene-racional. Hoy nadie dice “soy homosexual” salvo que seas una publicidad del INADI, estés hablando con tu abuelitx, o seas tu propix abuelitx. Mientras algunxs, más millennials, nos autopercibimos como putos o maricas, escucho cada vez más a lxs centennials decirse gays o trolos.

Los estereotipos hegemónicos que venden el mercado y el pinkwashing[9] también nos separan. “Las identidades gays nacen con el activismo político pero han sido reinventadas por el mercado y transformadas en un bien de consumo. Hoy por hoy, la identidad gay hegemónica es un producto. Hay quienes compran y quienes venden cierta forma de identidad gay”[10]. El gay hegemónico aspira a participar de modas, consumos culturales, formas de vida e ideales de belleza hegemónicos que dejan fuera a otras identidades.

Me parece fundamental visibilizar las diferencias de clase, raza, etnia e ideológicas. Todxs quedamos muy cools citando a Butler, pero nos olvidamos de su cuestionamiento a la idea de un patriarcado universal para construir la identidad, descontextualizado de estas relaciones sociales fundamentales que hacen a la identidad. Yo no tengo nada que ver con un porteño rico de derecha y funcionario macrista como Piter Robledo, por mucho que nos guste la pija a ambos, así como sería muy careta flayar que mi realidad es asimilable a la de un puto negro villero.

Si hablamos de discursos violentos y formas hegemónicas de construir la identidad nos descarguemos Grindr. Entre muchos discursos de odio explícitos (“gordos no”, “afeminados no”) veremos a gays sero-odiantes aclarando que son VIH negativo y que a su último análisis de sangre se lo hicieron ayer. Mientras que, gracias al activismo político de organizaciones de todo el país, cada vez hay más personas que visibilizan vivir con VIH y lo asumen como un rasgo identitario.

Pero eso no es todo. Travestis y travas que no se representan en la categoría trans. Mujeres trans. Varones trans. Trans no binaries. Tortas que no se reconocen mujeres ni lesbianas acomodadas al cistema. Varones trans que se autoperciben trolos. Maricas que nos sentimos más lesbianas que gays. Lesbianas aborteras. Putos peronistas. Trans heterosexuales y trans lesbianas. Activos, inter y pasivos. Osos. Tortas chongas y lesbianas femeninas. Intersexuales cada vez más visibles. Gordxs que reivindican la belleza de sus cuerpos disidentes. Identidades marrones. Bisexuales. Transfeministas y antiespecistas. Putos, tortas y trans veganxs. Pansexuales. Demisexuales que sólo garchan con quienes tienen un vínculo afectivo. Putas que defienden su deseo de garchar con todxs. Asexuales que no desean garchar con nadie. Queers. No binarixs. Dragqueens y dragkings. Dominantes y sumisos que practican BDSM. Ya no se entiende quién coge con quién, o si coger es lo único que importa, o si realmente a alguien le interesa coger. Lo único que me queda claro en todo este lío es que el binarismo del hetero-cis-patriarcado ya nos infló demasiado los genitales.

Esquina de calles Entre Ríos y Las Piedras, San Miguel de Tucumán
Foto: Laura Arcas (@tormentade_)

¿Y qué pasó con el mamut de la heterosexualidad? No se extinguió y no se hizo mierda. Sigue siendo la identidad hegemónica y normativa. La heterosexualidad se asume, se acepta sin preguntar ni cuestionar, no es un insulto para quien se autopercibe heterosexual. Una prueba de su vigencia la encuentro cuando lxs heterosexuales se sienten insultadxs al decirles pakis. Después de entender la historia de violencias y los significados que hay detrás del término “heterosexual”, ¿no debería generarles un poco de contradicción reflejarse en esa historia? ¿En serio van a nombrarla como una identidad en igualdad de condiciones con las demás? Cuando les decimos pakis lxs invitamos a bajar de su pedestal de privilegios, a desnaturalizar la norma. Si no lo entendieron debe ser porque todavía son demasiado pakis. Les mandamos besitos.

Bueno, ya está marica

Para cerrar, retomemos el debate entre esencialistas y construccionistas. Está clara nuestra postura a favor de los segundos: el sodomita del siglo XV no es el homosexual de principios del siglo XX, como tampoco es el trolo del 2021. A todxs les puede haber calentado su vecino, haber garchado en el mismo bosque con un desconocido y si los juntamos puede salir un buen threesome. Pero los términos que usamos en distintos contextos históricos evocan realidades y sistemas de pensamiento diferentes. Todas las sociedades crean dispositivos para regular y representar el sexo, que producen categorías identitarias, que tienen sentido en su contexto específico, que a su vez puede transformarse y significar otras realidades.

Pero vamos a concederle algo a Boswell y a lxs esencialistas: la construcción de una historia de lxs homosexuales. Creo que es una necesidad, al calor de las luchas pasadas y presentes, construir una historia común, identificarnos con los putos y las maricas del pasado, armar con ellxs nuestro árbol genealógico, de la misma manera que algunas mujeres feministas se perciben como “nietas de las brujas que no pudiste quemar”. Pero es necesario que tengamos en cuenta esas diferencias para entender nuestra historia y qué lugar ocupamos en el mundo hoy. Porque lo que nos separa no es un tema menor. “Porque para retorcer el cuello a la injuria es necesario algo más que haber sido objeto de ella. El blabla de un marica conservador no es más queer que el blabla de un hetero conservador. Sorry. Ser marica no basta para ser queer: es necesario someter su propia identidad a crítica”[11].

Hablé de las maricas porque es la historia que conozco e identifico como propia. Me reconozco dentro de un colectivo LGBTIQNB+ con el que compartimos sentires y luchas, pero soy consciente de las diferencias que me separan de otras identidades dentro del colectivo, que construyen sus propias genealogías.

Entender nuestro lugar en la orgía de identidades. Reconocernos como parte de historias comunes y diferentes que se entrecruzan. Identificar los deseos que nos movilizan y las trincheras desde las que combatimos. Creo que es un camino posible para tejer las redes con las que hacer de nuestras existencias un espacio de resistencia y de construcción colectiva, y no convertirnos en bienes de consumo. Si vamos a vivir en una orgía de identidades, que sea para el goce de todxs, y no para el consumo y el placer de unos pocos.

Notas

[1] Preciado, P. B. (2009): Historia de una palabra: queer. En línea http://paroledequeer.blogspot.com/p/beatriz-preciado.html

[2] Solana, M. (2018): “El debate sobre los orígenes de la homosexualidad masculina. Una revisión de la distinción entre esencialismo y construccionismo en historia de la sexualidad”. Tópicos, Revista de Filosofía (54). Pp. 395-427.

[3] Foucault, M. (1976): Historia de la Sexualidad 1. La voluntad de saber. Buenos Aires: Siglo XXI.

[4] Butler, J. (1990): “Sujetos de sexo/género/deseo”. En El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Buenos Aires: Paidós.

[5] Guasch, O. (2000): “Prólogo”. En Eribon, D.: Identidades. Reflexiones sobre la cuestión gay. Barcelona: Edicions Bellaterra.

[6] Preciado, Idem.

[7] Guasch, Idem.

[8] Preciado, Idem.

[9] Según Wikipedia: Pinkwashing (del inglés pink, rosa, y whitewash, blanquear o encubrir), lavado rosa o lavado de imagen rosa, es un término que en el contexto de los derechos LGBT se refiere a la variedad de estrategias políticas y de marketing dirigidas a la promoción de instituciones, países, personas, productos o empresas apelando a su condición de simpatizante LGBT con el objetivo de ser percibidos como progresistas, modernos y tolerantes.

[10] Guasch, Idem.

[11] Preciado, Idem.

Gerardo van Mameren

Nació en 1995 en Tucumán. Estudia el Profesorado y la Licenciatura en Historia en la UNT e investiga las representaciones de las relaciones homoeróticas en la historia. Participó de la publicación Estudios queer en Tucumán. Crítica a la heteronormatividad y nuevos escenarios de la diversidad sexo genérica (2020). Militó 7 años en H.I.J.O.S. Tucumán. Actualmente busca activar la militancia LGBTIQNB+ y anti-especista. Se autopercibe marika lesbiana. Es vegetariano e intensamente canceriano.

Facebook: Gerardo van Mameren

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