Acerca de lo femenino en los Simpsons
Carolina Garolera
—Esperé toda mi vida para oírte hablar, ¿no tienes algo importante que decir?
—No me pregunte, sólo soy una chica.
Es la respuesta implacable de una muñeca tonta, pero sumamente famosa, en las manos desilusionadas de una brillante niña de apenas 8 años. En pleno siglo XXI podríamos pensar que se trata de una escena cotidiana, de la vida real. Escena que, recreada frente a los ojos de la ya lejana Simone de Beauvoir, o de la más cercana Judith Butler, podría robar, al menos, la mueca de una sonrisa de parte de ambas. O, si nos atrevemos a imaginar, la pregunta instigadora que le formula Lisa Simpson a la tan reconocida Stacy Malibú podría sustentarse en la voz Nietzscheana que grita: Yo sólo ataco cosas que triunfan -en ocasiones espero hasta que lo consiguen-[1].
Otros, más escépticos tal vez, frente a la misma escena, se mostrarían sospechosos de la autenticidad y del convencimiento con que una niña rechaza jugar con esa muñeca cuando le da cuerda y la escucha repetir: cómo me gusta ir de compras; vamos a hacer galletas para los niños.
Quizás, no sería justo sospechar de los que sospechan, porque a la luz del mundo capitalista en el que vivimos, donde reinan el consumo y el individualismo narcisista, plantar bandera contra lo establecido podría resultar algo previsible. Dicho de otro modo, ¿por qué no sería legítimo pensar que hay que desconfiar incluso de las “minorías” que triunfan cuando ciertas mayorías están en el poder?[2]. ¿Acaso no sería esperable preguntarnos cuán útil, cuán productivo podría resultarle a un sistema de mercado la visibilización de rostros que antes no tenían cabida? Y no sólo eso, sino, ¿hasta qué punto se planea una nueva homogeneidad que atenta contra cualquier gesto de singularidad?
Suponemos que ante tanta sospecha acerca de las condiciones de posibilidad de ciertos discursos, la misma Lisa respondería lo que le dice a su hermano cuando éste ridiculiza su indignación: “No es broma Bart, muchas niñas van crecer queriendo hablar como ella, pensando que no pueden ser más que adornos cuya única meta en la vida es verse bonitas, casarse con un rico y pasar el día en el teléfono hablando con sus igualmente vacías amigas de lo fantástico que es ser bonitas y conseguir un esposo rico”[3].
Lo cierto es que las palabras de Lisa no quedan ahí, sus convicciones no resultan apenas panfletos que se ponen de moda hoy para desaparecer mañana. Su optimismo respecto de las posibilidades de cambiar la realidad, junto con su capacidad para dimensionar la sociedad en que vive, la conducen a la creación de una muñeca que se ajusta más a lo que ella cree que debería identificar a millones de niñas. Se trata de la puesta en marcha de un nuevo estereotipo que bien se las arregla para sumar incesantemente productores y consumidores solidarios con un sistema que los pre-existe y que por ende también los produce.
Lisa entonces crea su muñeca, y su creación no viene de la nada misma sino que es más bien demiúrgica, en la medida en que la elabora como un collage que toma parte de las características más sobresalientes de los personajes femeninos de todos los tiempos. Su sueño nos da esperanzas, a nosotras las mujeres reales, que nos las habemos a diario con las marcas simbólicas que impiadosamente padecemos. Aquellas que aún bromean con que ampliar nuestras cocinas es sinónimo de ampliar nuestra libertad. Para las que soñamos con un mundo más justo, con mujeres cada día más empoderadas y seguras de sí, en la cruzada que lleva adelante Lisa vs Stacy Malibú tenemos una preferida, y es la niña amarilla.
No hay ingenuidad aquí, ni sentimientos románticos, sino más bien la comprensión de que Stacy Malibú resulta la apología de un estereotipo femenino que, por ser tal, deja fuera a millones de mujeres que no disfrutamos de hacer compras, ni de preparar galletas para los niños. No obstante, cabe la pregunta: ¿hasta qué punto el apasionamiento de Lisa no discute con el modelo materno sostenido en la figura femenina que encarna la abnegada Marge? Por qué no pensar que Lisa también sigue un estereotipo que a sus ojos merece ser tomado por todas las mujeres y, con ello, vuelve a dejar fuera a quienes sí disfrutan de la preparación de las galletas como su propia madre.
El problema de los estereotipos responde de algún modo a un ideal de representación, éste que la misma Butler critica a los feminismos tradicionales que se esmeran por encontrar ese algo permanente y estable que dé coherencia y entidad a la categoría de mujer[4]. Lo cierto es que tal como subraya la autora, hay muy poco acuerdo acerca de qué es o qué debería ser la categoría de las mujeres. Butler se pregunta: ¿Acaso las prácticas excluyentes que fundan la teoría feminista en una noción de “mujeres”, como sujeto, debilitan paradójicamente los objetivos feministas de ampliar sus exigencias de representación?[5] Con esta pregunta la autora procura poner en duda a las mujeres como sujeto del feminismo.
Si volvemos a la serie, en Vocaciones Distintas, capítulo XVIII de la 3ª temporada, vemos padecer a Lisa una de sus depresiones más fuertes a causa de un test vocacional que le hicieron en la escuela que le revela un futuro como ama de casa al que ella, desde luego, se resiste. Si recordamos las palabras de Simone de Beauvoir:
No se nace mujer: se llega a serlo. Ningún destino biológico, psíquico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; es el conjunto de la civilización el que elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado al que se califica de femenino[6].
Entendemos en el test vocacional por el que pasa Lisa, cierto designio oracular. Se trata de un determinismo que, curiosamente, no la asusta por ser tal. Porque si su “destino” vocacional hubiera sido ser una jazzista famosa, seguramente no se hubiera rebelado. Lo que asusta a Lisa de ser ama de casa es dar continuidad al linaje de las mujeres de cabello azul que su madre representa. Sin embargo, y a pesar del discurso performativo que evidencian los tests, ella explora insistentemente en sus posibilidades futuras de jazzista y acude tras la palabra de un profesor de jazz, que la “autorice” a torcer el implacable destino que le depara la sociedad en que vive. La sentencia del docente es inapelable cuando le dice que ha heredado los dedos chatos del lado paterno. Aparece aquí una justificación del orden biológico que, en apariencia, se presenta siempre ciego, neutro, no dependiente de las construcciones y las prácticas lingüísticas desde las que se elabora. Todo parecería indicar que ahora el asunto es serio, tal como suele ocurrir cuando se pronuncia el discurso de la ciencia.
Marge intenta consolarla:
—Lisa, sé que no te emociona ser ama de casa pero puedes ser creativa en ello, mira, hoy hice unos huevos con tocino y pan, una cara sonriente para Bart y Homero.
—Para qué, nunca lo notan —responde Lisa.
Marge insiste en que su hija no deje el saxofón, le señala que a todo el mundo le gusta decirnos lo que debemos hacer pero no todos saben lo que debemos hacer.
Creo que, a pesar de la abnegación consecuente de un personaje materno resignado al que Lisa no quiere parecerse, hay sabiduría y sensibilidad en esa madre comprensiva que Marge representa. Es la misma mujer, que aquí se contenta con preparar desayunos creativos, con la especie de galletas que preparaba Stacy Malibú, la que se muestra en ocasiones capaz de la anarquía. Todos recordamos el capítulo VI de la 5ª temporada, Marge la Rebelde, en el que la mujer de cabello azul tiene una amiga, Ruth. Ella se presenta como el modelo de mujer liberada, que vive sin un hombre. La amistad que construyen sabrá poner en aprietos al narcisismo de Homero, que se muestra demandante, inseguro, deprimido, solo.
El deseo de aventura consume a estos dos personajes femeninos. Apasionadas, frescas y libres, conducen un auto robado que Ruth le quitó a su ex-esposo por todas las deudas que había contraído con ella, a causa de la pensión alimenticia de los hijos. Tras una persecuta policial que los medios cubren, son llamadas mujeres rebeldes, a quienes es necesario capturar y castigar pronto para que no inciten a otras mujeres a una anarquía. Bart y Lisa ven todo esto por televisión y Lisa se refiere al acto de su madre como un acto heroico.
“Se acabó, me rindo, una madre sola no puede triunfar en un mundo de hombres” dice Ruth cuando advierte que toda la policía de Springfield las sigue.
Mientras las vemos a punto de caer a un precipicio, nosotras también las alentamos a seguir, tal vez estimuladas por las palabras de Lisa, que reconoce en aquella madre -a la que de vez en cuando no quiere parecerse- una heroína. Finalmente son atrapadas, Ruth es absuelta del robo del auto de su esposo pero es obligada a pagar ella la pensión alimenticia. Marge es juzgada por destruir unas latas de colección y por daños morales y angustia mental. Nos preguntamos entonces: esta anarquía que desató en Springfield la mujer sumisa, ¿a quién le generó un daño moral?, ¿a quién le trajo angustia mental?
Resulta inevitable, a la luz de los discursos actuales sobre sexualidad y género, entender algo del desamparo de Lisa cuando el oráculo de las convenciones sociales predice el futuro materno. La maternidad, como un lugar seguro al que por derecho biológico la mujer pertenece, es representada también en la serie a través de la inquietud que otros personajes de cabello azul quieren explorar.
En el capítulo XIII de la 4ª temporada, La elección de Selma, con la muerte de una tía de Marge, Gladiola, se abre un camino de reflexiones que no sólo interpelan a Selma. En el funeral se proyecta un video en el que Gladiola deja su herencia a la familia. Al parecer, se trata de una mujer que llevó una vida muy solitaria por lo que sus palabras finales para Patty y Selma son: "No se mueran solas como yo, formen una familia y háganlo ya". Y para hacer aún más teatral la escena, les deja como herencia un reloj.
Las palabras de Gladiola afectan especialmente a Selma, quien reconoce en aquella soledad el testimonio de una ausencia trascendente: "Falta algo en nuestras vidas, Patty, quiero un bebé". Se abre paso entonces la pregunta por la descendencia, una descendencia en la que ella se pueda mirar. "Todo lo que quiero es una pequeña réplica a quien abrazar". Y tras la pista de concretar su deseo, se lanza a la infructífera tarea de buscar con quién, porque se resiste a adoptar.
La situación que se presenta en este capítulo nos hace pensar, nos plantea preguntas: ¿qué se entiende por maternidad? ¿Por qué la adopción no es una opción que se plantee Selma? ¿El deseo de verse reflejado en una descendencia no ha sido tradicionalmente sostenido por los hombres? Al parecer Selma quiere un “hijo natural” que la haga sentir, tal como ella misma lo dice al final del capítulo, como una mujer “natural”. Su pesar nos atraviesa al punto de querer que a sus oídos llegue la voz de otra mujer, de una mujer que le devuelva el reflejo de otro espejo para poder pensarse a sí misma. Tal vez, quisiéramos que tome la palabra aquella niña de 8 años que en la próxima temporada discutirá con Stacy Malibú. No obstante, Beauvoir podría acercarle su voz:
“En la colectividad humana nada es natural (...) la mujer es un producto elaborado por la civilización: la intervención del otro en su destino es original; si esa acción estuviese dirigida de otro modo, desembocaría en un resultado completamente diferente. La mujer no es definida ni por sus hormonas ni por misteriosos instintos, sino por el modo en que, a través de conciencias extrañas, recupera su cuerpo y sus relaciones con el mundo"[7].
Es significativo volver sobre el final del episodio en el que Selma canta la canción de Carole King: you make me Feel like a natural woman (tú me haces sentir como una mujer natural). Según Butler, ya hablar de una “mujer natural” es una evidencia de que no hay naturalidad en el género, esto se confirma en que quien la pronuncia en este caso es alguien a quien se le ha asignado el sexo femenino al nacer, y no por eso da por hecho el ser mujer. Necesita afirmarlo, y lo hace de la mano de un hijo adoptivo, no “natural” como creía necesitar antes, y sin un padre, en esto vemos también la afirmación en una maternidad alternativa a la heteronormada.
La fuerza de la construcción social de los discursos y su legitimación a través del tiempo se hace evidente en el entramado de nuestras prácticas. Somos deudores del giro lingüístico y del giro pragmático que nos dieron herramientas para pensarnos con renovada complejidad. Ahora bien, como signo de esa complejidad que nos atraviesa, el reloj que Gladiola les deja como herencia a Patty y a Selma nos hace pensar en aquellas prácticas sociales para las que aún corre el reloj biológico de la maternidad. Discurso que se hace práctica en el andar cotidiano, lo vemos con claridad en la voz autorizada de profesionales de la medicina y en las charlas más “inocuas” con las que, como Gladiola, nos recuerdan de un modo permanente el reloj.
Para quienes aún no disfrutamos tanto de los relojes, resulta un alivio pensar que hay tiempo, si es que todavía no hemos visto las primeras temporadas de los Simpson, porque, afortunadamente, el repertorio de temáticas, la profundidad, la complejidad de sus personajes, y las preguntas que nos inspiran, trascienden el tiempo del reloj.
1. Nietzsche, Ecce Homo, Alianza, Madrid, 1978, pág 32.
2. Ver Castro Ignacio, La Sexualidad y su sombra, Bs As, Altamira 2004.
3. 5ª temporada, capítulo XIV.
4. Ver Butler Judith, El género en disputa, Paidós, Bs As. 2007
5. Op cit, pág 52.
6. Simone de Beauvoir, El Segundo Sexo, Ed Debolsillo, Bs. As.,1999, pág. 207.
7. Simone de Beauvior, El Segundo Sexo.
Carolina Garolera
Nació en San Miguel de Tucumán en 1984. Licenciada y Profesora de Filosofía por la UNT, Diplomada en Pedagogía de las Diferencias por FLACSO, actualmente está inscripta en el Doctorado en Humanidades de la UNT y realiza su tesis: “El lugar del Cuerpo en la enseñanza de la Filosofía”. Docente en las cátedras de Antropología Filosófica (FFyL-UNT), Antropología Social y Cultural (FACDEF-UNT) y Filosofía de la Educación (FFyL-UNT). Miembro del Instituto de estudios Antropológicos y Filosofía de la Religión. Integra el proyecto de investigación: Dimensiones de la ciudadanía en el contexto del pensamiento democrático y republicano. Colaboró en diversos proyectos de investigación en el marco de los cuales obtuvo becas del Consejo de Investigaciones de la UNT para iniciar sus estudios sobre el cuerpo y su relación con el pensar. Ha participado de numerosos congresos y jornadas como expositora de esta temática y ha publicado artículos y capítulos de libros sobre el mismo asunto.
Integra el proyecto colectivo y autogestionado Meta Pensá. Filosofía en Tránsito, que ofrece espacios de reflexión filosófica y talleres abiertos a todo público.
Fb: Caro Garo
Mail: carogarolera@gmail.com