Plegarias para la erótica de la salvación

Por Nata Etchúdez

a Lara Flores Catino

Ilustración: Gri Leo
Número 4 l Entrevistas l Por Nata Etchúdez a Lara Flores Catino

El poemario empieza de lleno erotizando la figura de Jesucristo y comparándola con una figura paterna. ¿Crees que esa jerarquía cultural y sacrosanta de lo homo-divino-paternal puede estimular un deseo difícil de aceptar?


En principio diría que sí. El deseo, como todas nuestras estructuras de pensamiento-sentimiento, están mediadas, condicionadas, atravesadas por la gran maquinaria que mamamos desde pibes que dice quién ocupa un rol jerárquico y quién no, quién puede ser adoradx, a quién debemos admirar. La religión entra en mi vida de la mano de mis abuelxs paternxs. Mi abuela Teresa se ocupaba de rezarle a San expedito ante la más mínima desesperación –la pérdida de un juguete, una prueba difícil en la escuela- como si fuera la urgencia más digna. Al mismo tiempo, mi abuelo Ángel hablaba de Catamarca y de su madre con una fascinación que le hacía caer las lágrimas. En ese mismo sentido de maravilla, devoción amorosa, pedido urgente para el cuidado del otrx concibo la imagen de Jesús siendo niña. Lo interpreto como símbolo de humildad y revolución porque es en ellas en lo que creo. También, me flashaba mucho el hecho de que fuera un hombre de carne y hueso que en la cruz reclamara el abandono de su padre. Yo idealicé al mío al punto de enamorarme de gente que se parecía a él de joven –un Che Guevara ajesusado con lentes redondos y camisas vintage-. A fuerza de eventos no muy felices la idealización pasó y me llevó a revisar la figura paterna, su lugar jerárquico, a reconsiderar la materna y todas mis vinculaciones. El poemario parte de esa toma de conciencia –me excita la gente que se parece a Jesús, por lo tanto a papá- casi como un juego o un chiste que fue motor de todo lo demás.


El fragmento “hablar del cielo no es/ estar ahí ni quererlo” me llevó inmediatamente a la Pizarnik cuando escribió “no/ las palabras/ no hacen el amor/ hacen la ausencia/ si digo agua ¿beberé?/ si digo pan ¿comeré?”. ¿Consideras que hay un link ahí que nos hace nombrar las cosas (el dios, en este caso) en las que no queremos creer como una manera de exorcizarlas?


Cuando leí por primera vez “si digo agua ¿beberé?” tenía 14 años y enloquecí. La literatura para mí fue siempre un descubrimiento, una pregunta que no podía responder, que quedaba resonando. Creo que en mi escritura hay una pulsión por decir todo a medias, por decir de a poco, de la que a veces reniego mucho, pero es así como me sale. Definitivamente, en el poemario hay una preocupación por la comunicación y en ese sentido nombrar, no nombrar, creer no creer están ligadas. Sin embargo, no veo presente a dios en estos textos. Está Jesús, está Cristo, la estampita de San Cayetano, una idea del cielo en boca de alguien que lo define, la puesta teatral de pensarme digna de estar en una estampita con su correspondiente oración y todo. No digo “no quiero creer en dios” porque no creo en él. No es para mí una preocupación, algo de lo que quiero safar. Pero sí creo, completamente, en que hay formas “religiosas” de exorcizarlo todo. Y esas formas son más cercanas al ritual: prender una vela, armar un altar, atesorar un objeto de alguien querido, repetir un rezo, una palabra hasta que ya no entendés que significa, desconocés cómo suena.


Cuando dejas de lado lo erótico y nombras el amor, la idea de una casa, el recuerdo de Azucena y su mechón, siempre está presente la tierra. Te alejas de la divinidad, del cielo y cavas pozos para guardar los recuerdos o buscas testigos que indiquen el lugar exacto para construir una casa. ¿Dirías que el texto hace una apuesta por lo mundano y lo terrenal y no tanto por el flash místico?


Creo que en esos momentos que planteás, como a lo largo del poemario, la divinidad no deja de estar ahí. Claro que hay momentos en los que es más evidente y explícito pero la construcción del altar para Azucena, anotar en una agenda todos los amores, las cuevas, los pozos, el diseño de una casa propia a la que poder decorar como plazca hablan de una voluntad de trascendencia. No sé si de una cuestión divina alejada de la tierra, sino más bien como pequeños relicarios en los que guardás todo aquello que significó mucho. Un objeto, un espacio al que podés volver a encontrarte con eso o en el que podés crecer hasta abarcarlo todo. Así se vivió el ritual religioso en mi infancia: eran momentos de encuentro con personas, anécdotas, todas las ficciones que rodean nuestra percepción de alguien y que, en definitiva, es lo que queda. En este sentido, no podría hacer una división tajante entre mundano y místico, terrenal y celestial. Sería algo así como ver una representación del Vía Crucis: Jesús es tu vecino el panadero que no se parece en nada a Jesús, tiene una peluca, la sangre está naranja, estás en el medio de la gente así que hay cosas que no llegas a ver bien. Así y todo, lo crucifican y lloras y mirás al cielo como hablando con alguien.


Tengo la impresión de que lo erótico está más ligado a lo místico y no converge tanto con lo mundano. ¿Te parece que puede leerse en esa clave tu poesía?


Como decía antes, la tierra está presente como divinidad misma y no como mero escenario en el que suceden cosas. Las selvas, las lagunas, los mares y las mareas de gente en plena procesión, todo eso está como marcando un pulso de fertilidad, movimiento, evanescencia. Lo erótico no son solo las pijas, las tetas, las entrepiernas. Está también en la masa de adolescentes agolpados que chocan sus cuerpos, que se mojan, así como en la tierra que la niña se mete en la bombacha para estar cerca de su amor de la primaria. Si hay un misticismo, es del detalle, de la poca cosa que sorprende y se agiganta, como lo es todo en la infancia o, por lo menos, para mí fue así.


¿“La estampita con mi cara” es la venganza de la diosa pagana que reclama haber rezado a quienes no estaban a su altura?


Nunca había pensado en la venganza o algún sentimiento similar al leer los textos. Pero ahora que lo decís así puede ser que haya algo de eso, me gusta. Porque fíjate que empieza con papá y lo que genera, pero inmediatamente está mamá, Azucena, las mujeres en procesión, la abuela Teresa, una sujeta niña, una sujeta menstruando, la virgen con la bombacha manchada como corona. Evidentemente el foco no está puesto en los protagonistas de los relatos Bíblicos que enseñaban en la escuela. Todos los santos están al servicio de la urgencia, del pedido. Y si mi abuela puede decir, quiero ser una jesusa protagonista del Vía Crucis más lujoso del valle, yo puedo decir soy santa esfingeazulejo princesa del altiplano y consigan una estampita con mi cara, me la merezco.


Nata Etchúdez

Nació en Monte Quemado, Santiago del Estero, en 1985. Integró la antología Salí Dulce de Alma de Goma y Pulki ediciones y escribe berrinches en su Facebook.

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