Mientras viva la lengua*

Rita del Valle Cejas

Ilustración: Pablo Espinoza

*La entrevista de cuya transcripción surge este texto forma parte de un trabajo etnográfico llevado a cabo por Jorge Sebastián Atar y Marco Rossi Peralta con el objeto de registrar y poner en circulación conocimientos y miradas culturales de las comunidades calchaquíes sobre el lenguaje.

Todos nosotros, los kakanos, diaguitas, calchaquí, verdaderamente Sherkáin, los nacidos del rayo, los nacidos del fuego, tenemos una relación muy estrecha con los animales. Los animales son los que nos avisan y traen la voz, su voz, a nuestras casas.

Los pájaros son los que llevan la punta en lo que es la magia del cerro. Cuando el chui canta sabemos que enseguida va a venir muchísimo frío, no importa si es verano o invierno. En cambio, si el alicuco canta, tenemos calor. Si canta la calandria vamos a tener vientos, y vientos fuertes, hay que acomodar las cosas. Si vuela cerca o se está asentando una lechuza en la casa, no importa de qué tipo, hablamos que viene a buscar el alma de nuestros abuelos o de alguien. Entonces se la suele conversar y se la suele hacer que se vaya, pero hablándola, porque si se la reta se lleva más pronto el espíritu de los abuelos.

La chasca, cuando canta hacia abajo y hace un baile con sus alas, va a venir gente de lejos y esta gente va a traer alegría a la casa. Al contrario, si el quetupí canta quiu-quiu-quio, sabemos que son malas noticias, entonces lo reprendemos, pero seguramente se va a ir a otra rama hasta que nos enteremos cuál es el problema. Ahora, si canta muy feliz, está muy contento, llega gente y nos alegra el corazón. Siempre en el cerro te alegra la llegada de las personas.

Según nuestros ancestros, así será mientras viva la lengua y se nombre a los pájaros en antigua lengua. Como chuschapina a un ave que llora y que llora y que trae pena a la casa; pero también trae el agua, y canta muy jolgoriosamente cuando va a llover. Es como que tiene dos lados de la vida. Nosotros decimos que en el territorio las aves cantan porque sabemos su nombre y conocemos su canto, y todo el espacio donde se da es sagrado, porque los pájaros que cantan en Quilmes no cantan en otro lado, hemos grabado y son distintos los cantos. Mientras haya quien nombre a las aves en antiguo nombre. Que a una paloma le diga poca o que sepa que la sachanga es la señora que canta todos los cantos y canta y trae el viento.

Todo esto es parte de hablar. Al territorio lo conocemos. Ya nos han sacado una vuelta, hemos vuelto, nos han vuelto a sacar, hemos vuelto, y así, nos llevan y nos traen. Hasta que los niños no nazcan en el territorio y tengan que ir a nacer en Salta, Cafayate, o en Catamarca, Santa María, y ahora tienen que ir a nacer en Tucumán, entonces cada vez menos nacen en el territorio. Viven, sí, pero los nacidos son muy pocos, porque de esa forma se aseguran que la tierra es de nadie. Y si nace alguno, no le dan documento. Es complicado. Cada uno conoce su espacio, su tierra, los animales, cada uno debe conocer el canto de los seres que están alrededor, porque son los que avisan todo.

Sabemos que cuando vuelan el águila y el cóndor, si no vuelan en armonía, nos están hablando de problemas en el territorio. Ahora, si vuelan en armonía es que se va a expandir el territorio y las cosas van a estar bien. Si el cóndor se asienta en la casa, te habla que precisás sentarte en tu árbol, orar y reflexionar sobre las cosas que vas a hacer, porque no estás tomando atención a las cosas. Con las plumas del cóndor también limpiamos a la gente y sahumamos el espacio, porque tienen la fuerza. Y deben ser de un cóndor vivo, no de un cóndor que ha fallecido, porque tienen que tener el alma, el espíritu y la fuerza de este animal. Y así, todos los animales que tenemos hablan. Cuando andan los cóndores, distintos tipos de cóndores, y vuelan y vuelan, sabemos que ha atacado el puma, pero hay que tener cuidado, porque si has encendido fuego y hablas de ir a buscar el puma, no lo vas a encontrar, porque el fuego hace que el puma sepa lo que vos estás diciendo y pensando. Para encontrarlo hay que hambriar los perros y hay que salir al cerro, pero sin nada de fuego porque por ahí te ve, y te ve en serio. Y si se pilla alguna huella del gato, se la sala y se la lleva y se la tira lejos, para que pierda el espacio y no vuelva a atacar a los animales.

Cuando los hombres van a carnear (son varones), se sostiene al animal y se ora. Se le dice a la madre tierra y al espíritu de todos los seres que él ha cumplido un ciclo en su manada y que su sangre va a ser para los cuatro puntos cardinales. El carneador corta y saca cuatro cuchillos ensangrentados con esa sangre, para que todos los demás animales estén sanos y fuertes. Una vez que ha terminado de carnear se fija en el redil que está adentro de las tripas del animal y cuenta cuántos animales van a venir a través de él, de su donación, y generalmente siempre “el corralito” ‒que le llamamos‒ está lleno. Es una relación bastante simpática.

Jáima íni Vímma Ólca. Meriláo Sherkáin. Achíno Quilmes, aháo Talapazo[1]. Soy una ligua o liriwari, una mujer medicina de los Quilmes. Se ha dado, en un tiempo en que vivía en la casa de Felipe Antonio Caro, en Talapazo, que el perro de la casa lloraba muchísimo y al papá de Antonio, Gerardo Caro, lo habían llevado porque se había caído y decían que se iba a morir, que no había caso, que no iba a salvarse. Entonces recordé un dicho: muere el perro y no el hombre. Pedí, porque el perrito lloraba, echaba tierra y hacía pozos, pedí que donáramos el perro antes que a don Gerardo. Y de hecho, cuando se mató al perro don Gerardo salió de terapia intensiva, salió de donde estaba, profundamente enfermo por la caída, porque se había roto la cabeza literalmente, y el perro sirvió. Donamos el perro y no el hombre.

Antiguamente se mataba un llamo para el tiempo del nacimiento del Sol, en junio. Un llamo o un puma, tiene que ser macho, no debe ser hembra, no debe estar preñada, y se dona la sangre de él por todos los animales que son naturales. Por la sacha cabra, por los animalitos que tenemos, la uila, el quirquincho y por todos los demás bichitos se dona la sangre de este animal. Pero se la lee: si se ha aglutinado fuerte, si se ha puesto negra, si se ha puesto bien, se la lee. El llamo queda para comerse con toda la gente. La sangre es una donación de rezo.

Así, los animales van saliendo y te van diciendo. Cuando se cruzan delante tuyo tienes que tener cuidado. El zorro comienza a cantar o se te cruza cuando tenés que estar atento, no dejarte ver con los otros o estar tranquilo en una reunión, mudito, porque el zorro dice á-quies-toy-yó, cú-cu-cu-cú, pero te está diciendo ¿a dónde vas?, va a estar difícil la cosa. Un atajacaminos que no te deja pasar verdaderamente te está diciendo que el camino adonde vas no es para vos, tené cuidado. También lo hacen las lechuzas, el alicuco sobre todo, se va asentando, asentando, asentando en el piso y no te deja pasar, abre las alas y eso te dice cuidado, el camino este es muy peligroso. Así que tienes que agradecerle y volverte a tu casa. Después te vas a enterar qué es lo que pasó. Así, los animales están en contacto de nosotros todo el tiempo.

El problema es básico. Las culturas que no tienen relación con su entorno son las que están matando todo. Las que no tienen relación con los seres que habitan alrededor son personas de la ciudad, han perdido el contacto con la naturaleza, con el mirar, con el escuchar, con el comprender. Como digo, si yo voy a una reunión y se me cruza una serpiente voy a tener que ser territorial, voy a tener que defender mi espacio, pero sé también que voy a tener la habilidad para meterme donde nadie puede llegar. Quiere decir que algo hay que descubrir ahí y preciso la fortaleza de la serpiente. Si me sigue una lechuza, me dice que tengo que mirar trescientos sesenta grados, que tengo que tener la fuerza de la lechuza en la noche, la visión completa, y eso va a requerir mucho de mi persona.

Pero eso yo lo sé en contacto de los míos, de mis aprendizajes, de mis aprendizajes con los animales. La gente que no tiene la relación con los animales son la gente de la ciudad, la que ha perdido el instinto, ha perdido el conocimiento, ha perdido su forma de relacionarse con la naturaleza, entonces le teme, entonces la naturaleza se convierte en una enemiga para ellos. Y después vienen, gozan de la naturaleza y automáticamente quieren traernos una ciudad al campo porque les cuesta vivir así. Están encima de la cibernética, encima del tele, del teléfono. Yo también soy noticiera, pero un ratito nomás. No han aprendido a mirar. Han perdido la visión, el oído, el olfato. Han perdido la audición, han perdido el contacto con la naturaleza. Se ha roto la línea entre nosotros y los animales. En las ciudades viven más agitados por qué comer, porque sigue la cacería, cómo vestirse y cómo ser un principal.


[1] “Soy Vímma Ólca. De la Nación Sherkáin. Pueblo Quilmes, territorio de Talapazo” en lengua kakán. Recomendamos consultar TIRI KAKÁN. Recuerda nuestra lengua ancestral (Ecoval, 2020), material de difusión y apoyo a la enseñanza de la lengua kakán para niñas y niños, que cuenta con la participación de Rita del Valle Cejas y un equipo colaborador dirigido por la lingüista Beatriz Bixio [Nota de ed.]. Disponible en: https://drive.google.com/file/d/13ws9i5t3a28UdWqKafcsI_NpXdXnz4g5/view?usp=drivesdkdrivesdkdrivesdkdrivesdk

Rita del Valle Cejas

Nació en 1961 en San Miguel de Tucumán. Maestra y liwa (mujer medicina de la comunidad india Quilmes). Licenciada en Antropología. Directora Regional COFFAR (Consejo Federal del Folklore de Argentina), Talapaso, Tucumán. Participó de distintos eventos promoviendo el reconocimiento de la lengua kakán y el territorio de su pueblo, como el I Encuentro Internacional: Derechos Lingüísticos como Derechos Humanos (Córdoba, 2019). También colaboró en la investigación para la elaboración de TIRI KAKÁN. Recuerda nuestra lengua ancestral (Ecoval, 2020).