Menos que humanos (historias de genocidios y animalizaciones)

Marco Rossi Peralta

Ilustración: Pablo Espinoza

A lo largo de la historia rara vez alcanzó con tener un cuerpo humano para ser considerado una persona. Distintos colectivos fueron tratados como animales, como no personas o como cuasipersonas. Roberto Espósito[1] ha mostrado que la categoría jurídica, filosófica y política de persona históricamente ha incluido unos humanos al mismo tiempo que excluía a otros. Estas son algunas historias de grupos humanos a los que no se les dio el estatus de persona. Grupos humanos que fueron asimilados a la naturaleza de las bestias o de la cosa.

¿Los indios tienen alma? / Discurso religioso

Para el cristianismo la vida del hombre estaba hecha de una doble realidad: el cuerpo y el alma. Una de las discusiones políticas más importantes durante la colonización española fue si los indios tenían alma o no. Esto equivalía a discutir si su aniquilamiento era válido o no ante los ojos de Dios y de la Iglesia. Era una discusión sobre la administración de la muerte. Pero también implicaba una administración de la vida: si era justo que fueran esclavos; si debía respetarse su integridad física; si eran capaces de lenguaje en sentido pleno; si podían ser azotados como animales en sus jornadas de trabajo; si podían ser comprados y vendidos, etcétera. Se discutía, por ejemplo, si pensaban y sentían igual que los humanos, y un argumento en ese sentido, un tanto ridículo a nuestros ojos, fue que no tenían sentimientos humanos porque no tenían vergüenza de andar “desnudos”. En definitiva, se trataba de si los indios eran personas o animales. Las mismas subjetividades que hoy desde otras políticas del discurso se decide llamar indígenas, aborígenes o pueblos originarios, o bien por los nombres de cada pueblo: aymaras, guaraníes, mexicas, quilmes, yaganes, etc.

Bartolomé de Las Casas fue un fraile español que se dedicó a la defensa de los indios durante el siglo 16. Abogó por el reconocimiento de su humanidad, que implicaba la abolición de su esclavitud y el respeto de su libertad, incluso para designar sus autoridades. Las Casas desarrolló frente al Rey y la corte una argumentación en ese sentido que duró muchos años y que se considera precursora del derecho internacional actual. Además practicó su doctrina en distintos cargos que le fueron concedidos y tuvo grandes conflictos con los encomenderos por sus posiciones. Una importante polémica sobre la conquista y la esclavización de los indígenas fue la que tuvo con Sepúlveda entre 1550 y 1551[2]. Sepúlveda argumentaba:

Siendo por naturaleza siervos los hombres bárbaros, incultos e inhumanos, se niegan a admitir la dominación de los que son más prudentes, poderosos y perfectos que ellos; dominación que les traería grandísimas utilidades, siendo además cosa justa, por derecho natural, que la materia obedezca a la forma, el cuerpo al alma, el apetito a la razón, los brutos al hombre, la mujer al marido, los hijos al padre, lo imperfecto a lo perfecto, lo peor a lo mejor para bien universal de todas las cosas[3].

Bárbaro tiene el sentido de animal y salvaje, sin cultura, inhumano: sin humanidad o no humano. Sepúlveda, y con él toda la política colonial, deja al indio fuera de lo que se considera persona. Así, mientras Sepúlveda opone al indio y al humano, y lo entiende como cuerpo bruto sin alma y sin razón, Bartolomé de Las Casas hace exactamente lo contrario:

Si todos los hombres son libres, y siendo los indios parte de este universo, luego los indios son libres. Y como nadie tiene derecho legítimo de eliminar o coartar la libertad de los otros, luego los españoles tampoco tuvieron derecho a esclavizar a los indios, siendo éstos una serie de actos contra la sociedad humana[4].

Larga es la historia de esta discusión como larga es la historia de la animalización y despersonificación de los pueblos originarios. Primero por parte de los españoles y luego por los criollos. El discurso religioso y la Iglesia como institución funcionó para legitimar el genocidio y la esclavización. Pero no fue la única fuerza que funcionó a lo largo de la historia para dejar afuera a los pueblos originarios de la categoría de persona. Vayamos un poco más cerca en el tiempo.

Zoológicos humanos / Discurso científico

En 1904 Oto Benga fue capturado junto a otros ocho africanos, después de varios meses de exhibiciones fue llevado a la ciudad de Nueva York. Por orden del director del American Museum of Natural History lo instalaron en el Zoológico del Bronx. Ahí Oto Benga fue exhibido junto a un orangután en la “Monkey’s House”. Le permitieron colgar su hamaca y era obligado a realizar demostraciones de tiro con arco para el público neoyorquino.

Durante todo el siglo 19 proliferaron zoológicos humanos en muchos países de Europa y en Estados Unidos. Eran exposiciones pretendidamente científicas que exhibían miembros de comunidades indígenas, tanto de África como de América. Habían sido secuestrados y en algunos casos comprados especialmente para mostrarlos al público como animales. El objetivo también era que los científicos, de la antropología física y de la biología humana, los examinen[5]. El llamado “racismo científico” es parte de la larga historia de la animalización y cosificación de seres humanos. Si bien el racismo de científico no tiene nada, ya que fue largamente demostrado que en la especie humana no existen diferencias biológicas que permitan hablar de “razas”, el discurso científico, como práctica y como comunidad de agentes, funcionó para la despersonificación de los pueblos originarios.

Los científicos que pusieron a Oto Benga -como a muchxs otrxs- en el zoológico no se sentían cercanos a los monos. Tampoco el público que asistió a verlo. Percibían a los monos como opuestos a su humanidad. La animalización de Oto implicaba entonces su deshumanización. Y con él la de su pueblo, racializado por el poder occidental. La premisa era que los humanos no son animales. Una larga tradición científica se ha dedicado a la búsqueda desesperada de diferencias entre humanos y animales. Una tradición científica -o cientificista- complementaria se ha dedicado a la búsqueda desesperada de diferencias entre humanos "blancos" y humanos supuestamente primitivos, salvajes, identificados con lo animal y lo natural, en oposición a la cultura y la civilización.

Menos que animales: bacterias / Discurso médico

Un documento del gobierno nazi alemán dedicado a justificar el holocausto que dió muerte a alrededor de 10 millones de personas, en su mayoría judíos, fue interceptado por el servicio secreto británico. El documento Gfm33/2516-A/12 se titulaba "Modelo para 30 tesis antijudías" y fue redactado en Berlín en 1944[6]. Los puntos 17 y 18 sintetizan el pensamiento nazi sobre el pueblo judío, y los modos que tuvieron para justificar su genocidio:

Se puede hacer inofensivo al judío desenmascarado: el papel del parásito mundial judío en la vida cotidiana se parece al de la bacteria en la naturaleza. También los gérmenes patógenos viven de la destrucción de su hospedante. Condición para vencer una enfermedad es conocer el agente. El mundo sanará cuando se haya reconocido al virus de peste judío. (...) Alemania, el país de la bacteriología, se ha adelantado a las demás naciones en cuanto a liberarse material y mentalmente de los judíos.

La sociedad alemana es pensada como un cuerpo que hay que curar. El agente de su enfermedad es una bacteria: el judío. Alemania es el país de la bacteriología, el país señalado para librarse del patógeno. El discurso médico como fuente de justificación fue una marca del genocidio perpetrado por los nazis. Esto fue una verdadera política de Estado. Josef Mengele, famoso por sus atroces experimentos que trataban a humanos igual o peor que a ratas, era quien organizaba en Auschwitz junto con su equipo médico quién moría en las cámaras de gas y quién vivía esclavizado. No había proceso en los campos de concentración y exterminio que fuera controlado y supervisado por médicos. La “solución final” -el exterminio- se pensaba como una cuestión de salud, y al judío no como un humano, sino como una bacteria, una peste, una enfermedad.

No conviene pensar al nazismo como una excepción en la historia. Los estudiosos de la biopolítica advierten que la idea misma de salud pública como organizadora del gobierno en los Estados modernos encierra un peligro. La salud pública como valor absoluto puede llevar a justificar la eliminación de vidas individuales cuando estas parecen atentar contra la salud del todo social. El discurso médico traspolado directamente a las políticas públicas presenta grandes complejidades. Sobre todo si se cruza con el discurso bélico, el discurso de la guerra. Tal como sucedió en el tratamiento de la pandemia en la que vivimos. Y que derivó en violencias de distinto tipo, de las fuerzas policiales contra sectores populares, pero también entre vecinos y vecinas.

Monos en los árboles / El rumor

Es sabido que en Tucumán el Estado impuso a partir de 1975, con el autodenominado “Operativo Independencia”, una cultura del terror y de la violencia. La antropología ha mostrado que esta cultura del terror, de la tortura y el aniquilamiento, necesita de narraciones, de metáforas, mitos, rumores. La violencia necesita en definitiva un lenguaje que la sustente. Este lenguaje siempre es complejo, pero suele incluir al lenguaje zoológico. Nombrar al otro con nombres de animales, atribuirle su supuesta insensibilidad, incluso a veces su fuerza o su destreza para exagerar su peligrosidad. Todo hace al otro menos humano, más fácil de matar o de torturar.

En el sur tucumano la desinformación total de los soldados conscriptos era una política de los militares. No tenían información certera. Paralelamente, se difundían rumores falsos sobre el triunfo inminente de la guerrilla. Se construía un enemigo para una guerra que no existía. A la desinformación y los rumores falsos se le sumaba la difusión entre los soldados de una cultura animalizante del otro. Al guerrillero le decían mono. Muchas veces además bastaba con ser del sur provincial para ser acusado de mono.

Ex soldados fueron entrevistados décadas después de sus acciones. En esas entrevistas Santiago Garaño[7] registró cómo la animalización del guerrillero habilitaba prácticas violentas de aniquilación:

- No es que estaban todos juntos, estaban separados y usaban mucho la estrategia de estar arriba de los árboles, siempre estaban arriba de los árboles. Por eso nosotros teníamos un guía que él nos enseñaba, por ejemplo, ese árbol tiene que estar claro [muestra un árbol que está en la cuadra de enfrente]. Si ese árbol está oscuro, es porque ahí adentro está alguien. El tipo tenía una vista terrible, y bueno, pasábamos la ametralladora y caía la gente. Él sabía.

- ¿Y por eso le decían los monos? ¿Porque andaban en los árboles?

- Y, claro, porque ellos se metían arriba de los árboles, siempre en las copas de los árboles estaban ahí. Porque arriba de esos árboles tenían armamentos que eran de afuera y te volteaban gente, soldados, como si nada.

No es otra cosa que una escena de cómo la práctica y el lenguaje de la animalización del otro se enseña dentro de una institución. En este caso, la institución militar.

Hacia otras políticas del discurso

José Pablo Feinmann lo ha expresado con claridad: cuando se animaliza o se le quita el estatus de persona al otro aparece el horizonte conceptual del genocidio[8]. En este texto hemos presentado apenas pequeños recortes de largos procesos históricos. Pero puede servir, por un lado, como argumento para ejercer cierto estado de alerta discursiva. Y por el otro, para preguntarse entonces qué lenguaje, qué metáforas construir para interpretar y nombrar al otro y al sí mismo. ¿Hacia una humanización de los sujetos animalizados? Sin dudas. ¿Hacia una animalización de lo humano y una humanización de lo animal? Nadie puede negar, después de hacer las cuentas, que esto fue escrito por un animal. Y si estás leyendo esto, vos también sos un animal.



1. Esposito, R. (2011). El dispositivo de la persona, Buenos Aires: Ed. Amorrotu,

2. Hormaeche, L. D.; Heritier, E. y Vermeulen S. T. (2014). Representaciones y vida cotidiana. Prácticas indígenas desde la mirada del poder jesuítico en América. Jujuy: Purmamarka Ediciones, p. 13.

3. Sepúlveda, J. G. (1986). Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios. México: Fondo de Cultura Económica, p. 153.

4. Las Casas, B. (1972). Del único modo de atraer a todos los pueblos a la verdadera religión. México: Fondo de Cultura Económica, p. 422

5. Sánchez Arteaga, J. (2010). La antropología física y los «zoológicos humanos»: exhibiciones de indígenas como práctica de popularización científica en el umbral del siglo XX. Asclepio, 62(1), 269–292.

6. Martín de Pozuelo, E. (2008) Los judíos son bacterias. La Vanguardia.

7. Garaño, S. (2011). El monte tucumano como “teatro de operaciones”: las puestas en escena del poder durante el Operativo Independencia (Tucumán, 1975-1977). Nuevo Mundo Mundos Nuevos. Nouveaux mondes mondes nouveaux-Novo Mundo Mundos Novos-New world New worlds.

8. Feinmann, J. P. (1999). La sangre derramada: ensayo sobre la violencia política. Buenos Aires: Ariel.

Marco Rossi Peralta

Nació en 1995, vive en Tucumán. Publicó los libros Micumán (Monoambiente 2016), El Mosquito (2017) y La vida en el norte (Gerania 2018). Forma parte de las antologías Perfectxs Desconocidxs (P.D. 2017) y Salí Dulce (27 Pulqui y Almadegoma 2018), que reúne poetas del noroeste argentino. Es Profesor en Letras por la Universidad Nacional de Tucumán. Editor en La Cimarrona Ediciones.

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